Capítulo 9

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—¡Abre la puerta, maldita arpía! —gritó una mujer mientras aporreaba la puerta de entrada.

—Gertrudis —dijo John, levantándose y acomodándose la camisa dentro del pantalón—. Voy a orinar —y se dirigió al baño con paso perezoso.

—Maldita arpía —sonrió Samantha—. Gertrudis tiene tacto a la hora de insultar. Te digo, John, hay que conseguirle otro gato. Uno de esos que parecen una momia y tan delicado que si uno lo toca podría morirse en el acto de alguna infección.

Gertrudis estaba ensayando nuevos golpes contra la puerta reforzada que había instalado Samantha a pedido de John hacía un par de años. Los ruidos reverberaban como los saltos de alguien en el piso superior de un departamento.

Samantha encendió otro cigarrillo y abrió la puerta. Gertrudis tenía los ojos inyectados en furia y el rastro de unas lágrimas recientes habían corrido un poco su maquillaje.

—¿Crees que por tener abogados importantes puedes zafarte de quitar la vida de un animal indefenso? ¡No me interesa el dinero! Quiero que pagues por matar a mi Flint.

—¿No te interesan los quinientos mil dólares que pides por un gato que se suicidó para no escucharte más? Hubieses puesto un precio más razonable si esperabas que te creyese, Ger.

—Gertrudis. Mi nombre es Gertrudis y tú eres una asesina. Un animal no se suicida, estúpida.

Gertrudis movía sus manos alrededor de su cuerpo con los puños cerrados. Samantha sabía que no se atrevería a golpearla por temor a esos abogados a los que ella detestaba. Pero siempre había un margen para que la gente perdiera los estribos. Una palabra de más y Gertrudis podía dirigir uno de esos puños hacia su bocaza.

—Es un placer que vengas a visitarme Gertrudis. Es bonito oír tu voz. Vuelve cuando quieras.

Samantha intento cerrar la puerta pero el pie de Gertrudis se lo impidió.

—Me lo vas a pagar, escritora de cuarta —dijo Gertrudis arañando las palabras—. No quedarás impune por la muerte de un inocente animal. Tu dinero no te protegerá de todo.

Un maullido largo y sostenido las sorprendió a ambas. Sobre el tejado, por encima de sus cabezas, la cabeza de un gato marrón las observaba con las orejas levantadas.

—¿Flint? —preguntó Gertrudis.

Pero enseguida un segundo y un tercer maullido precedieron a dos gatos que dieron un salto desde un árbol que había en la acera. Cuatro gatos llegaron contoneándose desde el otro lado de la calle y tres más se acercaban deslizándose entre los autos estacionados en el cordón. En pocos segundos, la esquina de Corin y Theroy servía de congregación a todos los felinos del vecindario.

Una línea vertical empezó a dibujarse en el centro del círculo donde los seis reunidos aguardaban sin tratar de pensar mucho en lo que iban a hacer. Como una cremallera que se abriera con cuidado para que no se saliera de su carril, de la línea se derramaba una luz que no esparcía su claridad más allá de su fuente. Cuando la línea tocó el suelo, se formó un estrecho rectángulo donde la pantalla azul se ondulaba como una masa acuosa a punto de desbordarse. Los seis se pusieron de pie. Solo John parpadeaba con obsesión, centrado en el portal como si por fin se abriera la puerta del médico luego de una larga espera dolorosa en la sala. El rectángulo se hizo más ancho hasta tener las dimensiones de una puerta común, excepto que nada común llenaba lo que había del otro lado.

—Está ocurriendo de nuevo —dijo John, después de salir del baño, apresurándose hacia el cuarto de control mientras se subía la cremallera del pantalón.

Dentro de la recámara de vidrio, un círculo estirado en sus puntas como una moneda deformada con un editor de imágenes, emergió y en su centro otro pequeño círculo no más grande que la falange de un dedo expulsaba ondas de luces blancas que desaparecían al llegar a los contornos del portal como si se escurrieran por un canal invisible.

Túneles Blancos - Capítulo 1Where stories live. Discover now