Capítulo 31

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KillerMonkey estaba corriendo en medio de una calle y un camión que transportaba pollos congelados Stacy's le toco bocina a cinco metros de distancia, que sirvió para que él esquivara el vehículo poniéndose de perfil antes del impacto, lo que permitió ver el rostro del conductor, que todavía tenía la imagen de KillerMonkey delante de él, algo que se deducía por la expresión pétrea en su rostro. Otro auto clavó los frenos en el carril contrario y él pudo dar un salto entre la parte delantera y la trasera de dos vehículos estacionados en el borde de la acera. Ya no estaba en los túneles blancos, sino en la ciudad de Pearce's Valley. Por supuesto, tenía que ser la versión mental de la ciudad que se había activado sobre el telón verde de los túneles. El trabajo era magnífico, sin ningún detalle que delatara su naturaleza artificial como un observador podría hallar en un escenario virtual, por más realista que fuera la definición y profundidad de los objetos e imágenes. Detrás de él había dos tiendas. Una joyería y una pastelería en cuya vidriera se exhibía el Pastel de la Semana, un cheescake con frutos rojos en una bandeja roja con un cartelito en donde en vez del precio, se leía «Deja de pensar en él, entra y llévatelo a casa». Muy bien, pensó, esto es lo que querías. Temía haberse perdido en los pasillos transparentes de los túneles blancos y no hacer nada más que andar durante horas y horas mientras el plan de John se iba al traste. Desde ahora podía seguir los pasos del itinerario que habían trazado. Lo primero, era buscar en el celular la dirección del departamento de vialidad. Claro, si esa ciudad era una imitación de la original, entonces no hacía falta pero no había que dejar nada librado a las conjeturas. Buscó su celular en los bolsillos de su pantalón. Su vestimenta era la misma que llevaba en casa de John. No halló nada. Bueno, no importaba. Necesitaba una guía de teléfonos o una computadora con internet. No quería preguntarle a nadie la dirección por temor a alertar a la entidad. Cada una de las personas de esa ciudad debía estar conectada como hebras de una telaraña a la entidad, avisándole que una araña más pequeña se paseaba por su obra. Entró en una cafetería muy concurrida lo que le permitiría no llamar demasiado la atención. Sabía que en ese lugar había una cabina de teléfonos cerca del baño. Allí había visto, en otras ocasiones, una guía con la tapa cercenada a la mitad y llena de grafitis de todo tipo entre la primer hoja y lo que quedaba de tapa. Agradeció la meticulosidad de la entidad a la hora de no olvidar de reproducir el objeto más nimio en ese caso. Entró en la cabina y buscó la dirección pasando las páginas con rapidez. El olor de las hojas manoseadas y viejas de la guía ascendió por su nariz y casi lo hizo estornudar. ¿Qué clase de ilusión era aquella que casi lo hacía estornudar a uno? Después de corroborar que el departamento estaba ubicado en el lugar de siempre, dejó la cafetería y se apresuró a encaminarse hasta allí. Cruzó las sendas cuando los semáforos lo indicaban, esquivó a los transeúntes evitando tocar a ninguno y al llegar al departamento de vialidad, se dirigió a una puerta que no era la principal, sino la que usaba el personal obrero y técnico del departamento. Al primer intento, el picaporte pareció no girar, lo que significaba que tenía que buscar otro modo de entrar al taller que involucraba la posibilidad de que lo identificaran como sujeto no autorizado y de allí su futuro sería incierto. Pero ejerció más fuerza a su mano y el picaporte giró con un chasquido similar a la ruedecilla de un encendedor. Adentro, lo recibió el estruendo de un ambiente sonoro en el que convivían hierros arrastrándose sobre el suelo de cemento, motores de camiones, camionetas y otras máquinas usadas para calentar y mezclar el asfalto. La mayoría de la gente que había allí, unas treinta al menos, distribuidas a lo largo y ancho del galpón, llevaba el casco amarillo de seguridad. KillerMonkey ya había estado un par de veces allí, en el mundo real, ensayando su parte del plan, sintiéndose un espía en la primera etapa de su golpe, que consistía en el reconocimiento del terreno y sus actores. Sus movimientos, el grado de vigilancia, el modo en que los vehículos salían por la parte trasera del galpón rumbo a los respectivos puntos de obra en la ciudad o en las afueras. Y principalmente, el vehículo que a él más le interesaba. La retroexcavadora con martillo hidráulico. Lo primero que hizo fue hacer contacto visual con ese vehículo estacionado en el mismo sitio de siempre. Delante del mismo, un obrero con un plano azul le estaba dando indicaciones a otro, moviendo el índice sobre diferentes zonas del plano. Aquí comenzaba la parte alocada del plan, cuyo derrotero podía volverse una caída de montaña rusa con la foto final del rostro deformado por una alegría terrorífica o la misma caída pero con el carrito saliéndose de su eje y cayendo entre perfiles y columnas de hierro hacia el suelo a doscientos kilómetros por hora. KillerMonkey se calzó el casco amarillo y se tiznó el rostro con el polvo de un balde lleno de gravilla que algunos empleados llevaban a casa para pavimentar algún estrecho camino en la parte trasera o delantera de la misma. Eran sobras, que de otra manera, terminaban desperdiciadas al costado del camino. Luego anduvo sin mirar a nadie hasta la retroexcavadora. Antes de que llegara, los dos hombres que estaban delante con el plano, miraron la cabina del vehículo, y el que sostenía el plano señaló a su interior. Enseguida, el otro subió los dos peldaños debajo de la puerta y se sentó en el puesto del conductor. KillerMonkey se quedó parado unos segundos observando al obrero que con una mano al volante parecía estar a punto de poner en marcha el vehículo. Dos obreros pasaron conversando a su lado y uno de ellos le lanzó una rápida mirada por encima del hombro, luego continuó su camino, pero a los tres pasos se detuvo y obligó a su amigo a hacer lo mismo. Los dos se dieron vuelta, pero KillerMonkey ya no estaba allí. Se había apartado hasta ocultarse detrás de un camión cuyo acoplado se elevaba a cuarenta y cinco grados de su base. El hombre que había advertido su presencia giró la cabeza en ondas de rastreo que abarcaron todo el recinto. El otro, con las manos en jarra le decía algo, seguramente referido a qué era lo tan interesante que había captado en un lugar como ese. KillerMonkey estaba preocupado, no solo por ese curioso, sino por cualquier otro que lo viera en actitud pasiva en un sitio donde no había más que hacer que no estar allí. En la retroexcavadora, el obrero había puesto en marcha el motor y una bola de saliva bajó pausadamente por su faringe. Después miró al del plano que estaba delante del vehículo y levantó las dos manos en actitud «no hay nada que pueda hacer», acto seguido, el motor se detuvo cuando el obrero volvió a girar la llave. Antes de descender, buscó algo en el suelo de la cabina y de un salto aterrizó en el cemento. El obrero que lo había intentado encontrar ya se había marchado con su compañero, que reía doblando su cabeza y con una mano sobre el hombro del otro. El del plano y el obrero que había encendido la retroexcavadora, se dirigieron hacia un grupo de tres obreros que descansaban en un banco de madera. KillerMonkey no perdió un segundo más. Dio zancadas suaves hasta la retroexcavadora y se sentó por segunda vez en su interior. La primera, había sido en su tarea de vigilancia en la fase de espía. La puso en marcha. Por suerte la llave estaba allí y comenzó a mover el vehículo hacia la abertura del portón. Esta parte estaba servida para el azar. El plan era no llamar la atención hasta estar dentro del vehículo, lo que ocurriera después, dependía de John y de que la entidad estuviese concentrada totalmente en él. Después de todo, aquel era el universo de John. Cada uno de los seres que lo habitaban eran productos de su imaginación, puesta en piloto automático y con una desconocida IA, por así decirlo, pero guiados por los procesos mentales de John, tanto conscientes como inconscientes, o eso era lo que él y John querían creer. Pero el obrero que se había girado para observarlo... tal vez la entidad tenía alguna manera de esconder algún espía allí. Además, la entidad no había atrapado a John, o eso creía. Todavía estaba en la etapa de negociación. A pesar de tomar todas las precauciones, KillerMonkey sintió que ese obrero no tenía por qué haberse detenido de esa forma para saber de quién se trataba él. La retroexcavadora siguió avanzando entre vehículos y obreros que entraban y salían. Nadie se fijó demasiado en él. El que llevaba el plano incluso lo saludó cuando pasó en su campo de visión y KillerMonkey le devolvió el saludo. Antes de que el morro del vehículo llegara a la linde del galpón, una voz grave se alzó por encima del ininterrumpido ruido. KillerMonkey escuchó entre nervios y adrenalina: «... ¡momento... retroexcavadora!...».

Túneles Blancos - Capítulo 1Where stories live. Discover now