Capítulo 27

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El John del pasado, como ella lo llamaba para sí misma, la hizo entrar con un ligero saludo de funeraria. Por el sonido de una voz femenina saliendo por una de las puertas abiertas del departamento, Gillian supo dónde la conduciría John, porque en la sala no había nadie más, excepto por todo un equipo de computadoras y visores que yacían en sillas, sillones y la mesa donde se triplicaba un monitor con un fondo de pantalla que mostraba un sol de color azul, rodeado de una nebulosa galáctica.

Estaban todos sobre la cama de dos plazas y media de John, mirando hacia el televisor LED que estaba empotrado en un mueble que a la vez servía de biblioteca.

—Siéntate aquí —le indicó John del pasado señalando una silla, después de que ella saludara a todos con un ademán para no romper el silencio de atención que todos guardaban ante un programa donde un hombre de cabello blanco y un bigote del mismo color que ocultaba sus labios hablaba con ojos que no miraban ni a la conductora del programa, una mujer con un vestido cárdeno, de cabello rubio muy corto y unos aros que se movían como péndulos automáticos al menor movimiento, ni a nadie en particular.

Todos le devolvieron el saludo, como si fueran los compañeros de una clase a la que ella hubiese llegado tarde, en donde el profesor estuviera disertando sobre un aspecto esencial de la asignatura.

—El suicidio en este caso está motivado por una razón un tanto particular —estaba diciendo el hombre del cabello blanco—. He hablado sobre ello repetidamente en mis conferencias en distintas universidades a las que he sido invitado. Y aún así me sorprende el enorme número de decesos provocados por lo que la prensa ha dado en llamar «síndrome del efecto mariposa». Sin embargo, mi teoría difiere en este punto. El deseo de cesar la vida, no deriva de la entropía sufrida en el plano físico de la existencia sino en la posibilidad de percibir tres variantes temporales en el plano mental. Las teorías de los multiversos o universos paralelos que siempre habían existido en el mundo conjetural de la física o en los relatos de ciencia ficción han sido demostradas en la práctica diaria a partir de los acontecimientos del portal de la casa de Corin y Theroy. Esto produzco un cambio revolucionario en el modo, no solo en el que percibimos la realidad, sino más importante aún, en cómo nos ubicamos en ella. De repente, nos vimos multiplicados en tres versiones de la historia que se desarrollaban sin contratiempo dentro de nuestras mentes. De repente, dejamos de ser los seres especiales que, a pesar de cualquier miseria que estuviéramos atravesando, teníamos el certificado de nuestra autenticidad. La idea de que nuestra vida de algún modo tenía su importancia dentro del gran estofado del universo, se vino abajo. Creo que la visión de las copias de nuestras propias vidas nos produjo una angustia existencial de la que no podíamos escapar porque el mismo medio que usábamos para poner en juego mecanismos de evasión ahora nos proyectaba a cada instante, la irremediable verdad sobre una vida que no era otra cosa que una variable más en un número tal vez infinito de ellas. Por esta razón, pienso que el individuo que se pone fin a su existencia, es un romántico, un enamorado de la maravilla y el milagro de la vida que ve convertido los cimientos mismos de su ideario de existencia en un reflejo circunstancial y desprovisto de todo valor de exclusividad, de ver truncada la posibilidad de que su propio paso por este mundo fuese un aprendizaje para alcanzar una vida trascendental. El optimismo inconsciente de individuos que pocas veces se han indagado acerca de los materiales con los que está hecho este teatro que llamamos humanidad, recibe un disparo de muerte. Entonces... el hombre que se suicida, lo hace como un último recurso para evadirse de lo que él cree que es una vida desprovista de cualquier noción, por más inconsciente que estuviese arraigada, de que lo que hiciera o no hiciera estaba dirigido hacia un final en el drama del universo. El hombre que se suicida, se da cuenta de que ni siquiera tenía el protagonismo de su propia vida. Que tres o más como él también creían lo mismo en los niveles atemporales de su universo mental. Lo que provocó la formación del portal fue una dosis repentina y a gran escala de pesimismo existencial.

La pausa creó una línea imaginaria de tiempo que pasaba sin sobresaltos, como la que mide las pulsaciones de un cadáver. El hombre del cabello blanco que se llamaba Dr. Steven Volkinsky, de acuerdo a lo que informaban las letras blancas sobre franjas azules en la esquina inferior izquierda de la pantalla, bebió un largo trago de agua del vaso de cristal sobre la mesita negra a su lado. La conductora tenía un gesto similar al de los que estaban en el dormitorio de John del presente. Vacilando entre un interés que no admitía ni las interrupciones de sus propios pensamientos y una pre-duda que se acrecentaba a medida que la exposición del hombre estaba más cerca de terminar. Gillian también tenía esa pre-duda, que no era otra cosa sino el escepticismo de una teoría que todavía no había tenido tiempo de analizar debido a la tajante abstracción con que escuchaba al especialista.

—¿Entonces qué seríamos los que todavía no escogimos ese camino? —preguntó la mujer rubia con el vestido del color del tuco.

—Bueno —dijo Volkinsky con el bigote alzándose en el sitio de la comisura izquierda—. Creo que somos pesimistas por naturaleza. Incluso la gente que me está escuchando ahora y cree que su vida es una lista interminable de frases que apuestan por las ventajas de estar respirando, de tener la compañía de sus mascotas o el amor de alguien, deberían mirar muy adentro suyo, hacer un examen más detenido de ellos mismos. No me sorprendería que encontrasen una alcantarilla con toda la peste que intentan mantener alejada de su artificial superficie.

—¿Me está diciendo que yo misma soy una pesimista que en realidad no ama estar viva? Me resulta algo difícil de entender. Si yo fuese así, no tendría ningún problema de admitirlo, no me evadiría como usted dice, doctor.

—Por desgracia, a veces cada acción de nuestra vida cotidiana desmiente esa posibilidad. Después de todo, tienes la energía suficiente para hacer este programa todos los días. De vestirte y maquillarte para hablar con invitados con los que tal vez tú no quieres cruzar palabra alguna. De continuar cumpliendo con el papel que decidiste representar en el escenario que te tocó vivir. Tal vez, tú también, Angie, necesites tomarte unas vacaciones para estar contigo sola y echar un vistazo a lo que está pasando en bastidores y debajo de las tablas.

La pantalla del televisor quedó negra y un punto de luz roja se encendió en medio del marco de plástico, en la parte inferior. Samantha, que estaba recostada boca abajo, movió el control remoto con la mano derecha y miró a Gillian.

—Bien, Gillian —dijo, esbozando una sonrisa que parecía esconder un chiste que estuviese repasando en su interior—. Ahora puedes contarnos lo que está carcomiéndote por dentro.

El semblante de todos indicaba una incierta seriedad ante un conocimiento que creían que Samantha guardaba con respecto a la visita de Gillian. Sin embargo, John del presente rompió con esa pausa antes de que Gillian empezara a hablar.

—Ella me había telefoneado hace un tiempo para saber si no tenía problema de que en algún momento pudiera visitarme para hablar al respecto de cómo se sentía en cuanto a... la entidad del portal.

John emitió estas últimas palabras, observando disimuladamente a su alrededor y pronunciándolas casi en un susurro.

—¿Es eso, no Gillian? —John hizo la pregunta recuperando el ánimo de anfitrión servicial.

—Algo así, John. Tal vez me puedas ayudar en algo. Tal vez todos ustedes me puedan ayudar en algo. Me hubiese gustado que Sal Whitman estuviera conmigo, pero ya saben...

Y se los contó, sabiendo que al hacerlo, la entidad podría estar oyéndola y entonces cada uno de los que estaban allí correría peligro.

Túneles Blancos - Capítulo 1Where stories live. Discover now