-Milady, ¿me compra al Duque de Devonshire...?-preguntó al niña con nerviosismo.

Por un momento mi nerviosismo se hizo trizas, para dar paso a una ligera carcajada.

-¿No sería mejor comprarte su retrato, cielo?-pregunté dulcemente, mientras me ponía a su altura y susurraba en secreto- no creo que el duque esté en venta.

La niña se sorbió la nariz y me sonrió.

-Tampoco creo que el duque esté en venta, señorita-exclamó feliz- ¿Me comprará su retrato, milady?

- ..¿Por qué debería comprarte su retrato?-pregunté fingiendo estar escéptica.

-¿Acaso no sabe quién es él?-preguntaron los dos niños con gesto de sorpresa.

Negué con la cabeza, mientras sonreía.

-¡Él es nuestro héroe, milady!-exclamó el niño- El duque de Devonshire luchó en la guerra contra el tirano de Napoleón.

-¡Y mamá piensa que es muy guapo!-añadió la niña.

-Además, no es tan viejo como Wellington-añadió el niño con ojos brillantes de admiración- ¡Tiene treinta y dos años, exactamente como nuestro papá!

-Él acaba de cumplir veintinueve años -corregí sin pensarlo.

-¿Usted lo conoce?-preguntó el muchacho con reanudado respeto.

- ¿Quieren que les cuente un secreto?- pregunté en tono conspiratorio. Ambos niños asintieron con  seriedad- Hace algún tiempo atrás, su excelencia, fue mi mejor amigo...-añadí con una sonrisa triste.

-Lady Emma-interrumpió el cochero, interrumpiendo mi pequeña charla, acompañado de tres pajes más.

Los niños me contemplaron expectantes.

-¿Nos comprará el retrato de su mejor amigo, señorita?-preguntó inocentemente la niña.

-Claro, cielo. Conserven el cambio-le di el dinero, y recibí el retrato.

Guardé el objeto en mi bolso, evitando observarlo, mientras me despedía de los niños.

- Lady Emma, debemos continuar caminando-insistió el cochero.

A medida en que avanzábamos , fui reconociendo a varios rostros de la sociedad londinense. Casi podía escuchar las especulaciones que formaban en su mente.

Levanté la barbilla en gesto arrogante. Sabía a qué me exponía al venir sin la compañía de mi padre o mi madrastra; pero mi necesidad de verle después de tantos años, fue mucho más fuerte que el miedo a quedar arruinada ante los ojos de la buena sociedad.

Yo era un heredera, con todos los beneficios y maldiciones que esto supondría,  lo que muchas veces me ponía en el ojo público.
Mi madre no sólo había sido una mujer de exquisita belleza, sino que estaba vinculaba directamente con la realeza austríaca. Su título de Condesa de Lancre había pertenecido generaciones a la rama femenina de su familia y tras su muerte había pasado a ser mío, permitiéndoseme llevarlo por tratarse de un título real extranjero.

-Thomas, ¿cuánto más debemos caminar?-pregunté mientras atravesaba el multitudinario puerto, el calor empezaba a sofocarme.

-Falta poco, Lady Emma-respondió con el rostro sereno- debemos ponerla en un lugar seguro, son..

Instrucciones de mi padre- acabé la frase por él.

- Así es, Lady Emma.

Escondí mi descontento en una expresión neutral.

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