Capitulo XXIII: Sobre Hielo Delgado

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—¡No podemos irnos! —Zlata reclamó conforme sentía su cuerpo siendo cargado por el ave, corriendo tanto como su forma humana le permitía.

—No hay opción.

—¡Pero..!

—Pronto habrá tiempo para más explicaciones —contestó —. Aunque, honestamente...no sé si alcance para de hecho poder escapar.

—¿Cómo dices?

—Digo que te agarres muy bien de mi, porque a partir de ahora estaré improvisando...

Zlata obedeció, y de paso, cerró sus ojos.

El ave pronto hizo lo mismo, y concentró la poca magia que quedaba en su cuerpo, la suficiente para poder evadir los muros del único modo en que era viable en ése momento: tal vez no podría volar como en su forma bestial, pero algo podía hacer.

—¡Y...allá vamos! —murmuró.

Y Zlata sintió una especie de ligereza, como si su cuerpo, y el de el ave de pronto pesaran lo que una pluma o una hoja de papel; abrió sus ojos por un instante, y vio sus seres levantarse por sobre los cielos de la ciudad.

—¿¡Qué está pasando!? ¿Estamos...volando?

—¿Volar? ¡Ya quisieras! —el ave contestó—. Y lo dije en serio: ¡agarrate como nunca te has agarrado en tu vida!

La princesa notó que esa elevación que las llevó a casi caminar por encima de los muros de la capital no fue duradera, y sintió como estaban perdiendo altura.

Estaban en caída una vez superado el limite metropolitano.

—¡Dios! ¡Esto no se ve bien pero para nada!

Y el ave al menos logró dirigir la caída hacía unos arbustos; no fue el más cómodo de los aterrizajes, pero unas rasgaduras en la piel y la ropa era preferible que el golpe directamente contra la tierra.

—¿Estás bien? —el ave preguntó.

—Sí...eso creo.

—Vamos —volvió a tomar su muñeca —. ¡Esto está lejos de terminar, no tardaran en buscarnos!

Zlata sabía que no tenía caso discutir, al menos no en tal momento: si existía un riesgo real, lo mejor era alejarse cuánto pudiera ser posible, y si eso implicaba dejar atrás la vida de palacio, eso era justo lo que se debía de hacer.

Claro, no lo hizo sin antes voltear una vez más hacía aquella ciudad que había sido su hogar desde el día de su nacimiento. No podría volver pronto, y se preguntaba si es que podría regresar de todo en algún momento en el futuro.

—¿Dónde están? —Vladimir escuchó a un soldado preguntar mientras él y algunos de los que fueron encandilados por esa luz resplandeciente recuperaban de a poco la capacidad de ver.

—¡No me digan que escaparon! —el duque exclamó, tallando sus ojos una vez más antes de abrirlos definitivamente.

Miró a su alrededor: no se encontraban en lugar alguno a la vista cercana.

—¡Maldita sea! ¡¿Qué clase de magia fue esa?! —gritó.

Pero no debía perder el control, pues sabía que si había un momento en que necesitaba más el plan más racional y meticuloso posible, se trataba de justo ése.

—Señor, ¿qué hacemos? —un oficial preguntó.

—La princesa Zlata...den la orden de que ella...

—¿Si?

—...ella fue secuestrada, ¡den la orden! ¡Que se oiga hasta en el rincón más remoto de Vasilea! ¡La princesa Zlata de Vasyl ha sido secuestrada!

Irene y el Ave de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora