Capitulo V: De un Cuento a un Hecho

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Como en los viejos tiempos. Casi. Una chica y un chico en caminata hacía el bosque a las afueras del pueblo en medio de la noche, y bajo el frío viento de una región que sentía el aliento invernal en su nuca cada vez más cercano y cada minuto más fuerte.

—Me hubiera traído algo más grueso si me hubieras dicho que saldríamos del pueblo —Ruslán comentó.

—No sea niña, que también tengo frío, y no me ves quejándome.

—Vale, de acuerdo, mira, que sólo estoy bromeando —Ruslán se quitó el abrigo que traía consigo.

—¿Qué haces?

—Tomalo. Se ve que te afecta un poco más a ti qué a mi.

—¡Claro que no!

—Tus dedos están azules.

—¿En serio? —las extendió y ella les hecho un ojo.

—Ahora tú no seas la niña; claro que no las tienes así, pero el que las hayas visto significa que inclusive eso no te parece algo tan lejano a la realidad.

Ruslán extendió su mano con aquella indumentaria; Irene lo observó con reservas, tratando de ocultar el temblor en sus manos, pero era eso o pretender que sus mejillas no se encontraban coloradas de una emoción que no se permitía expresar.

—Dame eso —Irene aceptó reluctante.

—Que amable...

—Vamos —continuó tras ponerse sobre ella el abrigo de Ruslán—. Tenemos a alguien a quién espiar.

Y así fue; siguieron, entre los arbustos, siguiendo el caminar de un extraño que extrañamente se estaba yendo en medio de la noche.

¿Pero cómo llegaría lejos sin un caballo? ¿Y sin provisiones? ¿O es que había algo más que no sabían aún?

—¿Tenemos algún punto de interés por aquí? —preguntó Irene.

—¿Punto de interés?

—Algo que la gente quiera ver: un sitio de peregrinación, quizá alguna gran maravilla...

—¿Cuenta el burro de dos cabezas del señor Filipenko? Ya sabes, el que tuvo que sacrificar.

—No Ruslán; ciertamente no es algo que creo que pueda contar como “maravilla”.

Y mientras trataban de no perder a Aleksei de la vista, él volteaba constantemente a sus alrededores: era difícil hacerse camino entre los espesos árboles, y a la distancia se oían el aullido de lobos, lejos por lo pronto, por lo que él podía identificar, pero estaba listo para salir de problemas por la fuerza si así lo viera requerido.

—No puedo estar tan errado —se dijo—. Tiene que ser por aquí...

—Hay algunas cosas que me extrañan —Irene murmuró entre los matorrales, empezando a acumular un poco de nieve en sus hojas.

—¿Cómo cuáles?

—¿Qué tipo de persona en sus cinco sentidos querría salir, en vísperas de la estación más frías, desde una de las zonas más remotas del país, y dice por otro lado ser un comerciante...sin nada que aparente comerciar?

—Era para mi uno de esos casos de “hacerse la vista gorda”; también me pareció algo raro, pero...no quise preguntar.

—Yo tampoco, pero...creo que aquí hay gato encerrado.

—Tal vez, pero empiezo a creer que no fue muy inteligente hacer esto.

—¿Seguirme?

—Sí, y porque te sigo porque sigues a un completo extraño...es...más confuso ahora que lo dije en voz alta.

Irene y el Ave de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora