Capitulo VIII: La Noche de las Antorchas

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En medio de la que parecía la más severa y profunda de las inconsciencias y la más interminable oscuridad, un nuevo mensaje llegó a Irene.

—¿No deberías estar ayudando a Aleksei? —escuchó la jovencita, aún con sus ojos cerrados.

Los empezó a abrir, y notó que se encontraba en medio de esa zona negra, lejos de toda luz, exceptuando, por supuesto, por una de un color dorado que dominaría cualquier habitación.

—¡Aleksei! ¡Ruslán! —gritó tras abrir sus ojos.

—Hey, calma, estás bien. Ellos están bien.

—¿Y tú...? ¿Estoy teniendo ése sueño otra vez?

—¿Todavía tienes tus dudas? —el ave en su forma de mujer preguntó.

—¿Estoy o no dormida? ¿O...?

—No Irene; no estás muerta, aunque de la sorpresa bien se te pudo haber parado el corazón.

—¡Bueno, disculpa! ¡Pero eso de las flamas, y la luz! ¡Y los tipos esos feos de la capital! ¡Y luego lo de que un ser mítico resultó ser verdadero! ¡Alguna cosa me iba a tomar por sorpresa!

—Si lo pones de ese modo —el ave lo pensó, y posó su dedo indice por encima de su mentón mientras su mirada denotaba una pizca de verdadera reflexión.

—Eso no tiene relevancia —declaró Irene—. Vamos, regresando al tema central...¿Qué fue todo eso?

—¿Qué cosa?

—¡Tú sabes qué cosa! —subió el volumen de su voz—. ¡Lo de la pluma!

—¿No te había advertido que con ella podrías desatar un enorme poder?

—Si, pero no sabía si era una advertencia real o sólo me golpeé la cabeza muy fuerte. Después de todo, creí que la bruja Baba Yaga estaba debajo de mi cama un día que comí una cabeza de cabra mal cocida.

—Imposible; conozco a Baba Yaga y hace años que no hace eso...hasta dónde recuerdo...creo que debería visitarla más a menudo, la pobre no ha sido la misma desde el accidente y...

—Luego me la tienes que presentar —comentó Irene comentó, brevemente su mejilla derecha—, pero, ¿qué? ¿Debo esperar instrucciones?

—En realidad...sí y no.

—¡Oh, pero eso lo aclara todo! —exclamó, alzando por un segundo sus palmas abiertas al aire.

—No, es que no comprendes: claro que te ayudaré en tu camino, lo seguiré haciendo en estos sueños, pero no se suponía que debías tener el siguiente tan pronto.

—¿Cami...cómo? ¿Camino? ¿O sea que esto no ha terminado?

—¡Ay, mi querida Irene! ¡No tienes ni la menor idea!

—Eso sí que me anima...

—Va, creo que es hora de que despiertes. No creas, como humana mi magia está contada gota por gota, no puedo desaprovechar lo que tengo por el momento.

El ave le dio la espalda a Irene, y comenzó a caminar en dirección contraria.

—¡Hey, pero espera! —la joven la buscó—. ¡Que esto no puede ser todo!

—¡Despierta! —el ave la confrontó una vez más.

—¡Espera por favor! —Irene gritó.

Pero esa exclamación no fue en ese misterioso lugar de tinieblas; era su habitación, con su cama partida reparada a medias, con su frente sudada, y ahí, su padre y Ruslán a su lado.

Irene y el Ave de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora