Capitulo XVIII: Sangre Joven

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Se cambió de ropas, de uno digno de una joven mujer de origen real, a la de una humilde trabajadora más en el palacio; usó una capucha por sobre su cabeza para evitar miradas sospechosas hacía su rostro.

No estaba segura si funcionaría, pero de un modo u otro, sabía que era algo que debía hacer.

—¿Qué tal me veo? —preguntó, dando un par de vueltas frente a su espejo revisando cada pequeño detalle posible respecto a su aspecto.

—Como alguien a punto de hacer una cosa muy estúpida —Katya le pidió la opinión, ella, en cambio, en una bata de dormir y envuelta en un cobertor, estornudando un segundo después —. ¡Y está haciendo mucho frío, caramba!

—Tranquila, tenemos el mismo color de cabello, y más o menos la misma altura así que nadie se dará cuenta.

—¡No pregunté eso!

—Lo importante es que otros caígan en la trampa —Zlata

—¿La trampa? ¡¿Quién podría?!

—Muchos están muy ocupados y muy preocupados.

—Sí, y creo que es sensato pensar que los guardías van a poner especial atención al último miembro de la familia real del Rus.

—Ey, al menos vale la pena intentarlo.

—¿Por qué? ¿Por qué vale la pena?

—Es lo que estamos a punto de averiguar.

Katya quería denunciarla: acusar de cometer algo bastante tonto que podría poner en riesgo su vida, pero el deber como sirviente de la corona no pesaba tanto a la hora de ponerla en la balanza frente al peso del deber de una amiga que desea ayudar a otra.

—Supongo que si de todos modos no te voy a detener —Katya le dijo antes de que saliera por la puerta—, al menos puedo desearte buena suerte.

Zlata no replicó con palabras, sino con una sonrisa. Katya se la regresó, y en breve, la princesa salió al encuentro de su plan.

Caminó con la cabeza baja, tratando de no hacer demasiado ruido, ni en su paso apresurado (que ella misma se percataba en segmentos del trayecto por lo que bajaba su ritmo, aunque sin darse cuenta volvía a acelerarlo) como en su respiración; ésta en un comienzo era tranquila, pero al verse cerca de algún sirviente, o peor aun, de algún guardía, ésta se aceleraba.

Inclusó llegó a chocar con uno.

—Disculpe —el guardía dijo tras el pequeño impacto.

Zlata sólo se agachó en señal de reverencia, sin decir palabra alguna, y continuó su camino.

—Dios, ¿en qué estoy pensando? —se dijo a medio trayecto.

Mas a pesar del nerviosismo, su plan parecía casi llegar a cumplirse; bajó al piso inferior, y a lo lejos se lograba vislumbrar la puerta de salida. Sí, habían muchos guardías y soldados, pero notó como a chicas con la indumentaria de la servidumbre pasaban sin demasiados problemas. Si lograba ella llegar a ése punto, no dudaba en que la salida sería una tarea sencilla.

Pero al final, no fueron los militares los que representaban su mayor obstaculo.

—¡Tú! ¿Qué es lo que haces ahí parada? —preguntó una señora mayor.

Zlata la alcanzó a reconocer: no recordaba su nombre, pero era alguien que veía frecuentemente en el palacio.

—¿¡Q-qué sucede!? —la princesa dijo con alerta, tratando de no perder el control de la situación, pero a punto de colapsar ante el señalamiento de la mujer.

Irene y el Ave de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora