Capitulo X: Ciudad de Esperanza

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Los días pasaron, y a pesar de que las noches traían heladas cada vez mayores, nada parecía detener a Irene y Aleksei en su camino a la capital. Deseaban que la buena fortuna les siguiera sonriendo, pero ambos sabían que no era probable.

No les quedaba otra mas que esperar lo mejor, pase lo que pase.

—Mira —Irene señaló, desde una colina, a la salida de unos espesos bosques, un asentamiento en el horizonte —. ¿Una ciudad?

—Pasé por aquí de camino hacía tu pueblo.

—¿De verdad?

—Nikonia; es un lugar de peregrinación para feligreses y comerciantes por igual.

—¿Cómo?

—Los feligreses vienen por la catedral, y los comerciantes por los feligreses.

—¡Oh! ¡Ya comprendo! —Irene exclamó, comprendiendo el punto que Aleksei quería acentuar—. Aunque...¿Es interesante?

—¿Cómo dices?

—Nunca he estado en un pueblo diferente a Ensk.

—¿Jamás habías salido?

—Lo más que salí fue a los bosques cercanos, nunca a una ciudad.

Aleksei fue sorprendido por tales palabras; en cierto modo, entendía lo que deseaba: a pesar de la urgencia del regreso, Irene tenía algo en la mente.

—¿Te gustaría visitarla? —preguntó el príncipe.

—¿Qué?

—El pueblo; no está tan mal, y hay que comprar algunas cosas de todas formas.

—¿Hay tiempo?

—Siempre podemos hacer tiempo —declaró antes de esconder su rostro debajo de la capucha de su abrigo.

Irene se emocionó; sus ojos se iluminaron, y su sonrisa se volvió imposible de disimular, a pesar que no dejaba de intentar mostrar un rostro más reservado y digno.

Y ambos cabalgaron hacía la entrada de Nikonia, una ciudad boyante de actividad; gente intercambiando granos, ganado, telas, cristalería. Irene inclusive notó a un comerciante con lo que parecía ser cerámica del oriente.

No era necesario ir más allá que los habitantes; la gente, las masas caminantes y ocupadas, desde los niños y sus madres hasta ancianos paseantes con su bastón para mantener el paso y el equilibrio vestían de una manera más colorida, con telas y pieles más finas. ¡Casi parecía una fiesta! Pero se trataba de simplemente el día a día ordinario.

—Increíble —Irene murmuró, bajándose del caballo.

Jamás había visto a tanta gente reunida en un solo lugar; inclusive en las fiestas, en Ensk nunca parecía haber tal aglomeración de personas. Irene guiaba a su bestia dando vistazos a los vendedores y a los edificios; tenían decoraciones muy elaboradas. La mayoría de las construcción estaban hechas de piedra y cantera, no de la madera sencilla a la que estaba acostumbrada.

Aleksei, por otro lado, también sintió sorpresa, mas no por esa ciudad; Nikonia parecía una pequeñez comparada con la capital, y con la vida del palacio. Pero que para alguien como Irene pudiera significar tanto le hacía darse cuenta.

—¡Dijese! —reclamó un transeúnte, después de que una distraída Irene chocara con él.

—¡Lo lamento! ¡Disculpe!

—Trata de comportarte con algo más de dureza —Aleksei le dijo, también con su

—Casi no te reconozco con eso encima.

Irene y el Ave de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora