Capitulo VI: La Espada y la Pluma

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 A su alrededor, nada más que oscuridad; nada se veía, nada se escuchaba, y así fue durante unos momentos que quizá no lo fueron, pero le parecieron eternos.

—¿Hola? —Irene dijo, esperando escuchar respuesta.

Esa respuesta no fue inmediata, y comenzó a caer en desesperación.

—¿¡Hola!? ¿Alguien está por ahí? —repitió con cada vez más urgencia, recorriendo esa oscuridad impenetrable durante varios minutos.

Estaba asustada. No sabía dónde se encontraba, como había llegado, y mucho menos como salir de ahí. Irene se dejó caer de rodillas, sus palmas abiertas tocaban el negro suelo, y de sus ojos las lagrimas parecían querer emerger.

—No tienes que llorar pequeña —una voz femenina y grave, pero afable y dulce le señaló—. No estás en un lugar peligroso.

Irene levantó su mirada: en frente de ella, una mujer hermosa, de larga cabellera dorada con destellos rojizos aquí y allá. Usaba un vestido elegante, del mismo color que el intenso brillo sobre su cabeza. Era más qué la indumentaria de alguien de la realeza; parecía ser casi divino, sobrenatural, como algo sacado de un mundo diferente y superior.

—¿Quién...quién es usted?

—Una amiga.

—¿Pero dónde estoy?

—Estás soñando querida. Aún estás dormida, te desmayaste de la impresión.

—¿Impresión? ¿Pero de qué habla? ¿Por qué últimamente me topo con gente que parece habla en clave?

—Porque en realidad no estás tan equivocada, aunque deberías saber quién soy yo, ¿no es así, Irene?

—Claro, claro, tienes razón; después de todo, conozco a muchas amigas que emanan luz propia y cuyo pelo parece moverse como si fueran las llamas de una fogata.

—¿Sabes qué el cinismo no es sabiduría?

—Lo siento, creo que lo mejor sería si...ya sabe, explicara un poco la situación.

—Me parece bien...aunque me asombra que de verdad no me reconozcas...

—¿Tendría qué?

—¿No lo ves?

—Estoy casi segura que recordaría a alguien como tú...créeme: no hay mucho que hacer en el pueblo y hasta cuándo una paloma se hizo encima de Sergei se volvió pronto en el chisme del momento y...sí —Irene suspiró—, es un poco triste.

—Tu padre te ha contado tanto de mi...de hecho, me parece una gran sorpresa...por otro lado, creo que no te contó acerca de la apariencia en la que me encuentro ahora.

—Oye, te iba a preguntar algo relacionado: ¿Dónde compras esa ropa? ¿Tienes algún sastre particular? No creo poder pagarlo ahora pero...no sé, quizá algún día cuándo me case pueda...

—¡Quieres poner atención! —aquella mujer exclamó.

Pero su voz resaltó más allá del grito; junto a su voz, un chillido, casi como el de un animal. Un pájaro, más específicamente.

—Perdón...lo sé: hablo mucho, es un problema.

—Bien...creo que es hora de que vaya al punto antes de que te distraigas más: Irene, encontraste algo que me pertenece en esa cueva subterránea.

—¿Tierra?

—No.

—¿Gusanos?

—¡No!

Irene y el Ave de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora