Capitulo XIV: Emboscados

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La tormenta se había calmado; aún se sentía el soplido de un viento helado pero era uno calmo, lento, soportable. Quizá en otras circunstancias hubiera sido prudente no tomar un riesgo, inclusive si era uno en apariencia pequeño, pero Aleksei estaba impaciente.

E Irene también.

—Bueno, creo que no se va a poner mucho más caluroso que esto —dijo ella, a lado del sangre azul, contemplando el camino cubierto de nieve y árboles bañados de copos y escarcha.

—No sé si sea sencillo —contestó Aleksei.

—Puede parecer algo amenazador, pero sólo es cuestión de ser cauteloso, saber dónde caminar —ella advertía mientras daba sus primeros pasos al exterior—, y por sobre todo: no tener mie...

Su explicación se vio truncada por el detalle que al tercer paso, se hundió por una nieve un poco más ligera y suave qué el resto, y quedó únicamente con el brazo extendido y descubierto por encima de la substancia.

Aleksei no tardó en auxiliarla y sacarla de su atolladero.

—Si fuera necesario —Katar intervino al verlos meditando respecto a si era seguro partir o no—. Puedo ayudarlos para que puedan llegar al camino principal más rápido, y más importante: más seguros.

—¿Cómo? —ambos preguntaron.

Ella ingresó a su hogar, y en un par de minutos, salió con unos eskies en ambas manos.

—No son los más modernos —Katar justificó, un poco apenada por el estado un tanto descuidado de esos objetos—, pero hacen su trabajo.

—No podríamos tomarlos —Irene comentó—. Sería un abuso.

—No muchachos; el abuso sería dejar que se fueran en malas condiciones: no se pongan orgullosos, es un lugar duro y cualquier ayuda que requieran para poder llegar a buen puerto, deben de tomarla.

Aleksei se le acercó, y observó los eskies más de cerca: serían una herramienta util, pensó al instante, pero tampoco se sentía muy comodo aceptando tal ayuda.

—Es un gran detalle, pero no sé si podamos...compensarla con algo —él explicó.

—No, nada de eso: además, no los necesito, los tengo ahí haciendo espacio y mi casa no es tan grande como para darme tal lujo.

No era demasiado digno para él, y para ella era algo demasiado aprovechado, ¿pero cómo rechazar una ayuda cuándo de verdad la requerían?

—Usted es una mujer de enorme nobleza —Aleksei declaró—. Y algún día, nos encontraremos otra vez, y le recompensaré como es debido.

—Sólo les agradezco que me hayan hecho compañía y...muchisima suerte.

Los dos jovenes se pusieron el equipo, y en breve, y dando un último vistazo y saludo hacía su anfitriona y salvadora, partieron y retomaron su viaje.

Conforme ellos se alejaban, Katar miró hacía el interior de su hogar, y luego hacía las colinas y bosques a su alrededor, y la pesadez de la soledad a la que se había deshabituado por unas cuantas horas le regreso y le cayó con la fuerza de el furioso paso de varios corceles salvajes.

Pero esa misma no duraría demasiado; mientras dio un vistazo a traves de su ventana, un par de horas más tarde de la partida de sus huespedes inesperados, notó a la distancia más visitantes.

—¡Buenas tardes! —ella les saludó al salir y recibirlos—. ¿Puedo ayudarlos amigos?

No replicaron el tono y entusiasmo de Katar, y ella misma pronto se percató que no podía tratarlos del mismo modo que sus invitados anteriores: eran más, montados a caballo, con armas en sus fundas sí, pero armas al fin, y con expresiones poco amistosas, duras, curtidas por haber visto (y hecho) cosas que nadie debería.

Irene y el Ave de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora