Capitulo IX: Dos Tierras

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Dos viajeros solitarios, uno de cuna humilde, otra de la nobleza, se habían lanzado a las profundidades de los bosques nevados de las afueras del pueblo de Ensk.

Su jornada apenas estaba dando sus primeros pasos, y por ello, a pesar del desconocimiento de uno respecto al otro, mostraban grandes dosis de respeto y demarcaban bien los limites entre los dos.

—¿No cabalgas mucho, verdad? —preguntó Aleksei, cuestionando un poco por el modo en que Irene apenas podía mantener algo de balance y estabilidad.

—¿Por qué lo dices?

—Creo que batallas con ese caballo —señaló hacía el animal.

—Cabalgo un poco pero a diferencia de otros, no tengo para pagar un corcel por mi cuenta.

—¿Cabalgas un poco?

—Sí, bueno...estoy más bien acostumbrada a los burros, pero en esencia son la misma cosa.

—Estoy seguro que sí...

—Y por cierto, creo que hay algo que no te he preguntado.

—¿Qué cosa?

—¿Cómo...se supone qué te llame?

—¿Llamarme? ¿O sea, como en mi apelativo?

—Sí, porque te he llamado “Aleksei” todo este tiempo, pero luego saliste con eso de que eras un príncipe y...¿Así debo llamarte? ¿Príncipe Aleksandr? ¿O...no sé, Su Majestad? ¿O tú nombre completo nada más? Y es que había pensado en decirle “Alek” o “Aleks”, pero “Aleksei” ya es contracción de “Aleksandr” y antes de lo que esperamos, podría reducirlo a “Ale”, y luego a “Al” y...eso no suena demasiado principesco.

—No te preocupes —“Al” contestó, sorprendido por la manera en que su acompañante podía alargar un tema tan poco importante—. Aleksei es como me presente, creo que es lo mejor si me sigues llamando así...de todas maneras, no quisiera tener a alguien que me llame por mi titulo real cuando todos aún me están buscando.

Continuaron su camino, y pronto Irene se percató que Aleksei no era un gran conversador: trataba de contestar siempre con un “sí” o un “no”, tal vez una explicación algo más detallada si es que el tema ameritaba ello, pero eso era todo. La mayor parte de su recorrido se la pasaron en silencio, y así sería hasta el anochecer.

—Empieza a ponerse muy oscuro —Aleksei comentó.

—No está tan mal.

—Puede ser peligroso, además, necesitamos algo de descanso, y nuestros caballos también.

Irene concordó; tal vez era porque se sentía poderosa con la pluma en sus manos, pero también comprendía que había que tener prudencia, ser razonable con su uso: después de todo, no estaría ahí para siempre.

Encendieron una fogata cerca de una pequeña cueva, en caso de que la nieve los obligue a buscar refugio; alimentaron a sus bestias, y después, comenzaron a ingerir algo de carne seca para renovar sus energías.

—¿Cuánto tiempo lleva el camino a la capital? —Irene preguntó, con sus manos extendidas sobre el fuego para desentumir un poco sus dedos.

—Varia un poco por el clima —Aleksei contestó—. Yo me tardé dos semanas.

—Te tocó a ti un mal clima, ¿no? ¿Es posible que si esta vez hay uno mejor podríamos llegar antes?

—Es posible.

—Claro...

Irene no estaba acostumbrada a hablar con muchas personas; Ruslán era básicamente el único con el que entablaba comunicación constante y variada, y no se encontraba cerca de él. Inclusive si sabía que Aleksei era diferente, era difícil romper la costumbre.

Irene y el Ave de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora