Capitulo XII: Entre la Flecha y la Nieve

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Corría con Irene cargada en hombros, en medio de la oscuridad de la noche, y con copos de nieve cayendo de poco a poco, con un dificultado paso en un espesor blanco que se teñía a gotas de un rojo aquí y allá por la herida de una joven mujer.

Y las flechas no se detenían.

—Está cerca —pensó, al oír el sonido de una de las saetas cruzar cerca de su cabeza, y enterrarse en el tronco de un árbol.

Los caballos, las provisiones, todo lo había dejado atrás; no había tiempo para preocuparse de esos detalles, el objetivo principal era huir de esa amenaza inminente.

Aleksei casi tropezó con una raíz gruesa conforme bajaba de la colina; Irene gimió, sus ojos se estaban cerrando poco a poco, y si perdía más sangre, no tardaría en perder la consciencia.

O peor.

—Irene, ¿me estás escuchando?

—S-sí —contestó, con apenas energía en su voz.

—No te preocupes; saldremos de esta.

Bajaron la colina, y se sumergieron entre la espesura de los árboles del bosque nevado; era un poco una apuesta: era un lugar de difícil movimiento, en el que no cualquiera podría ingresar, en medio de la negritud de un cielo de invierno, y sería posible perder a un atacante, mas también implicaría encontrar un peligro inesperado.

La moneda estaba en el aire, y conforme Aleksei escuchó acercarse a alguien, supo que debía apostar de un modo u otro.

Él tenía todavía en el interior de su saco una daga para ocasiones peligrosas; era útil para el combate cuerpo a cuerpo, y él mismo no era un mal guerrero: era tradición desde que el comienzo de la dinastía que los futuros herederos a la corona fueran entrenados en artes belicosas, y sin duda él sabía que tenía una oportunidad si es que la lucha fuera en otras circunstancias

Pero con Irene en su condición, y sin poder ver mucho más allá de su nariz, no era una opción muy sensata.

Tendrían que ocultarse.

Aleksei encontró un arbusto espeso y grande; no parecían haber cuevas o cavernas, así que no existía otro posible refugio aparte de ese; el casi tropezar con esa rama le había lastimado un poco el pie, y sus piernas se empezaban a sentir cansadas por tratar de moverse debajo de tanta nieva.

Ambos se ocultaron.

—¿Aleksei, dónde estamos? —Irene preguntó.

—Silencio por favor —le respondió—. Está demasiado oscuro, no podrá ver el rastro de sangre.

Pero sus ojos se asomaron al exterior, y notó que de pronto, una pequeña flama empezó a brillar.

—Tiene una linterna —pensó, tras tragar un poco de saliva.

—¿Qué? ¿Entonces..?

—Irene, si pudieras...ya sabes, hacer algo con eso de la pluma del ave de fuego, uno de esos milagros raros...créeme que éste sería un momento más que indicado.

Pero ella no parecía siquiera seguir el rastro de la conversación; estaba debilitándose, y su condición no iba a mejorar pronto.

—La pluma...

—No hay tiempo —Aleksei suspiró—. Él hombre se acerca...

Él seguiría el rastro de sangre, las pocas gotas rojas que resaltaban tanto en el pálido del suelo cubierto; si tenía un arco y flechas, podía deducir que se encontraban en ése gran arbusto, y dispararía, y serían heridos.

Irene y el Ave de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora