Capitulo XIII: Espejos

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Algunos seguían sin creerlo, pero inclusive si se trataba de algo cierto o no era un detalle que pasaba a un segundo plano: no estaban ahí para cuestionar razones ni objetivos, estaban ahí para ganar dinero rápido de alguien que lo tenía.

—Lograste conseguir un gran grupo —Fyodor murmuró a Kiril, al ver a aquellos interesados reunidos cruzando la salida de la ciudad—. Pero...

—¿Qué sucede? —cuestionó Kiril—. ¿Estás dudando?

La mirada de Kiril asustó un poco a Fyodor; sonreía, de un modo del cuál parecía indicar que estaba a un par de pasos de cualquier movimiento o pensamiento que pudieras tener. No era una persona fácil de convencer, y si lograbas la proeza, mas vale que no lo decepcionaras.

—No dudo —replicó Fyodor—. Pero miralos: ya hay muchas personas involucradas, ¿crees qué sirva de algo?

—Necesitamos mucha gente; con toda la nieve, y en medio del bosque, entre más miradas, mejor.

—Pero...

—No pierdas la cabeza —Kiril comentó, con un tono rígido y más inflexible—. Sí, son demasiados, ¿y qué? ¿Qué es lo peor? ¿Qué se acabe el dinero? ¡Qué se lo queden!

—¿Estás loco acaso? ¿Cómo qué se lo queden?

—Amigo, ¿no te escuchaste? ¿A ti mismo? ¿Y qué si terminan con las migajas, si al final del día nosotros nos haremos del festín?

Fyodor cayó; podía ver el punto que Kiril estaba exponiendo, la explicación era racional, el plan tenía sentido, pero quizá en parte por miedo, por haber visto el despliegue de poder del ave de fuego tan cerca que casi podía sentirlo, a pesar de los días pasados desde el suceso, no sabía, o sentía certeza que cualquier cosa que pudiera pensarse saliera cómo debía.

—Casi los atrapas anoche.

—¿Qué dices? —Fyodor preguntó, sorprendido, como si hubiera salido de si por unos instantes.

—Un hombre con el cuerpo herido y el orgullo todavía más herido casi logro su objetivo, en medio de la noche, en la temporada fría: creo que puedo organizar algo un poco mejor.

Fyodor sintió tremenda pena ajena, apenas podía mantener su mirada levantada, pero así como duras de oír, eran palabras con sensatez.

Pero cuándo se trata de lidiar con un agente de lo sobrenatural, quizá no sea sensato esperar lo sensato.

No había mucho que hacer; la nevada se había calmado, pero seguía, y a pesar de una aparente calma que siguió a la violencia de resoplidos furiosos y blanco sobre blanco, hay que recordar que ocasiones aquello que parece más tranquilo es lo que más peligro contiene.

Todo lo que podían hacer los ocupantes de esa cabaña perdida en el bosque era esperar.

Y quizá pasar demasiado tiempo escuchando el chillido del viento viajando sobre ellos y repartiendo sus fuerzas entre el estruendo y el susurro había afectado un poco la perspicacia de los invitados Irene y Aleksei, pero entre murmuros y murmuros repartidos notaron algo.

—¿Les sucede algo, muchachos? —Katar les preguntó, mientras los encontró arrinconados y conversando.

—Sólo hablábamos —contestó Irene, con mucho esfuerzo para sonar tranquila y serena.

—Es tedioso pasarla por aquí, ¿no es verdad? —su anfitriona sonrió y se sentó en el piso —. No los culpo, pero creo que fue algo que debieron prevenir.

—No es tanto eso, es que...tenemos algo de prisa.

—Prisa —Katar resopló—. Hace mucho que no conozco la sensación: es un lugar remoto, y las cosas no cambian mucho.

Irene y el Ave de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora