Capitulo cuarenta y ocho

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El templo de Gea

El sol se ponía y las últimas luces de aquel espantoso día alumbraban el cuerpo inerte de Rea. Acostada del costado sano, la joven miraba los rayos del sol con los ojos hinchados y rojo del llanto que provoca el dolor sordo del cuerpo y del alma.

Le había pegado.

Había golpeado su cuerpo indefenso por haber hecho lo correcto. La joven reprimió el sollozo que quería salir de su garganta. Sonus dormía en una pequeña cama que habían traído sus dos doncellas mientras ella ocupaba provisionalmente la de la reina. O, al menos, hasta que pudiera levantarse.

Le dolía muchísimo el costado y la espalda... en fin, era mejor intentar ignorar el dolor, tarea muy ardua ya que el médico de palacio no había acudido a verla para curarla y mitigarle la agonía. Todo lo contrario, el carnicero de palacio había acudido a socorrerla y a escondidas.

El pobre hombre, que tenía conocimientos muy báscicos de curandero por tratar cortes y heridas no demasiado importantes, había hecho todo lo posible en un momento muy delicado. Sudando y tartamudeando a causa de los nervios, el buen carnicero puso todos sus escasos conocimientos en intentar ayudar a la prometida del rey; a la futura reina del Señorío. 

Bajo la atenta mirada de la reina madre, el hombre palpó la cadera y la espalda de Rea para dictaminar que no tenía ningún hueso roto sino simplemente contusiones y pronunciados hematomas.

- Tenemos que darle de beber un brebaje especial para que le circule bien la sangre.

- ¿Pues a qué está esperando? ¡Déselo!

El hombre había agachado la mirada mientras ella vomitaba comida mezclada con sangre de su pobre estómago.

- Me encantaría poder hacer eso, mi reina, pero yo no entiendo de pócimas ni de remedios; sólo soy un simple carnicero. Tendréis que pedírselo al médico de palacio.

Y el buen hombre se marchó no sin entregar una pomada verde con esencia de menta para el dolor. Las doncellas de Sonus le administraron la viscosa pomada mientras ella bramaba sin poder contener el ardor y el rechazo de su cuerpo por el más mínimo roce.

Cuando perdió el conocimiento a causa de la fiebre tan alta que le estaba produciendo el dolor y, muy posiblemente, alguna infección interna, la muchacha tuvo pesadillas. Muchas. Una tras otra en las que Kerri, con un atizador al rojo vivo, la golpeaba con todas las fuerzas de su rabia. Ella, encogida, llamaba a Cronos para que la ayudara, pero éste no acudía en su auxílio.

Como el día anterior.

Rea soltó un suspiro. Deseaba darse la vuelta pero sabía que sería mejor no hacerlo porque si la espalda y la cadera derecha ya le dolían sin moverse, mucho más si osaba apoyarse en ellas. Cerró los ojos cuando las nauseas y los mareos regresaron. La fiebre le estaba subiendo.

"Voy a morirme"

Ese pensamiento tan negro y siniestro no dejaba de recorrerle la mente tanto de forma consciente como inconscientemente. ¿De verdad se podía amar así? ¿De verdad que el amor podía ser tan malsano y dañino? Jamás imaginó que Kerri pudiera hacerle eso alguna vez. Él no era así, jamás había hecho daño a nadie de una forma tan rastrera y sucia. Siempre había sido dulce, bueno y tan cariñoso...

Siempre.

- Dentro del amor hay algo fundamental, el pilar que lo sostiene todo y ese pilar se llama: confianza - le había dicho él en el momento que descubrió su desobediencia. En aquel momento se le paró el corazón porque se sintió culpable y no fue por haber aceptado el documento falso de Cronos.

Las guerras del Dragón (Historias de Nasak vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora