Capitulo treinta y seis

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Todos rezaban.

En el Palacio de los Reyes, las mujeres, los jóvenes y los ancianos que no sabían luchar, rezaban a Urano y a Gea para que sus seres queridos sobrevivieran y para que el enemigo fuera derrotado. En la boca de todos estaba el nombre de Kanian y en la suya también.

Nadeï miraba por la ventana del despacho del gobernador abrazándose a sí misma. Por culpa de la alta barricada que se había levantado alrededor del palacio, no podía ver lo que ocurría en la ciudad, pero a pesar de todo, una parte de ella agradecía no poder ver más de lo necesario.

Bastante había tenido con ver en la lejanía a Kanian en su forma de dragón luchando contra los Señores del Dragón. Eso sí, los gritos eran harina de otro costal puesto que, a pesar de tener las ventanas cerradas y estar a cubierto bajo un monumental edificio de mármol, podía escuchar los lamentos y las maldiciones de todos aquellos que estaban pereciendo en combate.

¿Por qué? 

¿Por qué tenía que ser tan sensible con eso?

La excelente sanadora se mordió el labio inferior mientras los ojos rojos con motas grises se le enturbiaban. Nadeï era consciente que los gritos que estaba escuchando provenían de su cabeza, de los recuerdos que poseía de tantas luchas, de tantas muertes; de tanto sufrimiento y dolor.

Había perdido a tantos seres queridos y amigos en cien años... Tantos que no quería hacer la cuenta. Pero había una que estaba demasiado reciente todavía. Una pérdida que había destrozado a su familia de tal modo que habían hecho una solemne promesa: no separarse nunca. Estar siempre juntos hasta el final.

Nadeï apartó la mirada de la ventana y observó a su hermana. Zelensa, abrazando a su pequeño Jen, mantenía una expresión estoica sin dejar de acunar a su pequeño de ocho meses. Ocho meses que cumplía precisamente hoy. Dormido como un bendito, el precioso hijo pequeño de su hermano mayor vivía ajeno al peligro que se cernía sobre ellos, un peligro que llevaba persiguiéndoles desde hacía cien años.Un peligro que mató a sus dos hermanos mayores dos años atrás.

Pereso era el mayor de todos, el primogénito de Malrren y la alegría de su familia. Con veintiocho años, destacaba como un fuerte y valeroso guerrero seguido de muy de cerca por su otro hermano, Relín de veinticinco. Era una misión sencilla, la primera en la cual Pereso iba a dirigir un destacamento. Lo único que debía hacer era reconocer el terreno, uno donde ellos sabían que los enemigos tenían una fundición para hacer armamento.

Sólo debían vigilar y aprenderse los turnos, sobornar aquí y allá y regresar para que soldados más experimentados hicieran aquella misión para fastidiar un poco a Xeral.

Feliz por aquella oportunidad, su sobrino le pidió a su hermano menor que le acompañara como su segundo oficial y él aceptó. Zerch, al ser más joven e inexperto, no fue convocado y la joven recordó la fuerte pelea que tuvo con sus hermanos la noche anterior antes de la funesta misión.

- ¿Por qué no puedo ir con vosotros? - les había gritado a sus dos hermanos mayores -. Tengo veintiún años, yo también puedo hacer esa misión.

- Puede que tengas veintiuno pero es como si tuvieras diez menos - se burló Relín revolviendole el pelo -. Esta cabeza está demasiado hueca y no para de pensar en hacer estupideces.

- No haré nada que no me ordenéis, os lo juro - le había replicado propiandole a su hermano un manotazo en la mano.

- No vendrás y se acabó la discusión - sentenció Pereso con sus fríos ojos negros que le hacían resaltar su precioso cabello caoba.

Las guerras del Dragón (Historias de Nasak vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora