Capitulo treinta y ocho

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El secreto clandestino de los Dioses

Gea, sin moverse, miró al recién llegado mientras Urano seguía durmiendo en su regazo. La mirada de la Madre Tierra se posó sobre los iris lila del Universo; el primer ser que había existido y el último que dejaría de existir que tenía un porte tan tranquilo que exudaba gran cantidad de poder ilimitado, observó a todos los guardianes que le miraban amenazantemente sin parecer en absoluto intimidado. 

Sólo esperaban la orden de su Diosa para atacar.

Sólo eso. 

Pero ella no iba a darla. Era impensable hacerle eso al padre de Urano.

- ¿Podrías ordenarles que se fueran? - le preguntó el Universo sin alterar el tono de su voz -. Sería mejor que lo hicieras tú por las buenas que no yo por las malas.

Tragando saliva, Gea les hizo una señal con la mano y, a regañadientes, las harpías, las gárgolas, los grifos, las ninfas, sátiros, gnomos, gorgonas y duendes se marcharon; mas los lamasus se quedaron puesto que su líder, Sorkhan, no se había movido del lado de su Dios.

El ser con cuerpo de toro y alas de águila en la espalda, le mostró los dientes al Universo y éste dibujó una sonrisa divertida que le heló la sangre a la Diosa. Aquella sonrisa no era amistosa en absoluto.

- Vete, lamasu  - dijo Gea con la voz sosegada sin sacar a relucir los sentimientos que en verdad la estaban invadiendo en aquel preciso momento. Los demás miembros de la manada parecían querer marcharse pero Sorkhan, inmóvil, no tenía la más mínima intención de hacerle caso -. ¿No vas a obedecerme?

- Con todo respeto, señora, no. Vos no sois mi Diosa y sólo obedeceré a mi señor Urano - respondió la criatura.

- Vaya, vaya - intervino el Universo fijando sus globos oculares en el lamasu -. Que bonito es ver tanta fidelidad en una cosa viva. En fin, es una pena tener que intervenir en este asunto tan desagradable. - Se encogió de hombros dispuesto a desintegrar a Sorkhan.

Gea, sin levantarse y sin apartarse de su esposo, alzó su fina y esbelta mano y gigantescas raíces salieron del suelo. Éstas, con una velocidad arrolladora, se llevarón por delante a todos los lamasus hasta sacarlos del jardín del templo. Después, dichas raíces crearon un muro que la aislaron con el Universo y el dormido Urano.

Ahora ya nadie podría molestarlos.

- Que drástica - rió el gran ser primigenio mientras daba dos pasos hacia ella.

- Tú los serías aún más - replicó mientras no pasaba por alto ninguno de sus movimientos. 

La toga del Universo dejaba ver parte de su musculoso pecho en su apariencia antropomórfica. Con los brazos al descubierto llenos de brazaletes de granate, en su cuello portaba sendos collares plateados al igual que Urano; accesorios que le llegaban casi hasta el ombligo, parte de su cuerpo que la toga no ocultaba. Con los pies descalzos, el Universo se detuvo a pocos centímetros de ella y Gea supo lo que él quería.

- No - habló ella antes que él.

- ¿No? - preguntó sin perder su buen humor. Uno demasiado irónico para tomárselo a la ligera. El Universo no estaba contento nunca -. ¿Crees que tengo ganas de jugar, Gea?

- Está muy débil, ¿acaso no lo ves?

A pesar de que su rostro no cambió de expresión, el brillo de sus ojos fue más intenso y letal.

- ¿Y eso qué tiene que ver conmigo? Todos conocéis las reglas. Mis reglas - recalcó mostrando una nueva sonrisa irónica de dientes blancos y rectos -. Los Dioses no tienen que entrometerse en los asuntos mundanos. 

Las guerras del Dragón (Historias de Nasak vol.3)Where stories live. Discover now