Capitulo tres

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En pedazos

Rea lloraba.

No podía dejar de hacerlo.

Él la estaba abrazando. Su Cronos había rodeado su cuerpo y la estrechaba contra su pecho con desconcierto, desesperación, temor y también con amor. Infinito amor.

La joven sollozó mientras acariciaba la ancha espalda del Dios y aspiraba su olor. Olía a fresco, a hierba verde y flores dulces: olía a hogar.

A paz.

Por fin lo había encontrado. Al fin había hallado aquella parte que le faltaba y que necesitaba para estar completa. Durante toda su vida, aquella que ahora vivía como Rea, siempre había intentado, con todas sus fuerzas, cumplir con todo lo que se le pedía en La Fortaleza. Durante aquellos diecinueve años había cumplido todas las órdenes y enseñanzas que la reina Sonus dictaminaba; había intentado ser una buena protegida para el rey Xeral y, sobretodo y sin que ello fuera un esfuerzo, había sido una amiga para Kerri.

Nunca intentó alcanzar aquello desconocido que anhelaba. Jamás intentó escapar de aquella prisión donde la habían criado y mucho menos había emprendido el camino que le dictaba el corazón para buscar aquel hombre que aparecía en sus sueños incesantemente cada una de las noches de su vida.

Todas las noches, cuando el sueño vencía a Rea, la figura hermosa y divina de Cronos había acudido a ella. Los primeros años, cuando sólo era una chiquilla, él se había presentado de forma vaga incluso podría decirse tímida al ser solamente una figura borrosa. Pero, conforme pasaron los años, cuando Rea fue dejando atrás la niñez para alcanzar la madurez femenina, su rostro y su figura fueron acentuándose, aclarándose el cuerpo con sumo detalle en sus sueños.

Su perfecto cuerpo tomó color, uno que siempre era blanco; uno muy puro y luminoso que calentaba su alma y su corazón siempre triste y solitario en aquel lúgubre hogar donde se sentía fuera de lugar. ¿Y qué decir cuando su rostro fue aclarándose? ¿Qué podía decirse cuando el corazón se aceleraba descontrolado? ¿Cuándo la respiración se agitaba preso de la excitación?

Al principio fue frustrante. Fue muy duro para Rea empezar a experimentar por el hombre de sus sueños aquellos caóticos sentimientos de una intensidad tan fuerte y abrumadora que la desesperaban. Solía despertarse sobresaltada, temblorosa y con una ligera capa de sudor. En ocasiones, sus despertares eran húmedos y muy dolorosos en la parte más sensible y femenina de su anatomía. Lo había deseado con locura, una que rayaba a lo insano y a la mismísima desesperación.

Dibujarlo era su único consuelo. Era el único modo que la joven tenía para no perder la cordura, para verle fuera de sus sueños y para hacerle más real. Para tenerle frente a ella.

Y por fin estaba ahí; el auténtico Cronos, Dios del tiempo, estaba allí con ella. La abrazaba como tantas veces había deseado Rea dentro de su corazón. En el interior de su alma.

La abrazaba como había abrazado tantas veces a Eneseerí en el pasado.

Rea temblaba.

No podía detener las convulsiones de su cuerpo ni tampoco su inestabilidad causada por las fuertes emociones que la embriagaban. Si él no la sostuviera, si él no la estuviera sujetando con aquella desesperada fuerza amable, ella se habría derrumbado en la mullida hierba del santuario del Dios.

Del país de las maravillas.

-          Eneseerí – susurró Cronos con angustia en su oído. Su cálido aliento la hizo estremecer.

Las guerras del Dragón (Historias de Nasak vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora