Capitulo ventiseis

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Dragón roto

 

Lo había dicho.

Al fin, Nïan había dicho a viva voz lo que gritaba su alma a cada instante del día.

De la noche.

Una hora antes, el príncipe había acudido a la reunión convocada por el general para decidir cuáles serían sus próximos movimientos. En dicho conclave, que se había celebrado en aquella misma habitación – cortesía del gobernador -, se habían reunido las personas que más peso tenían entre los Activistas y, a su vez, en el propio Nïan: Hoïen, Corwën, Araghii, Malrren, Mequi y Tehr.

Lo primero que se discutió fue el lugar de reposo de las máquinas voladoras sustraídas a los Señores del Dragón. Araghii, como responsable, dijo que estaban a buen recaudo en la torre vigía y que unos especialistas en ingeniería les estaban echando un vistazo.

-          Cuando sepan algo, nos lo comunicarán en seguida – aseguró el contrabandista con la mirada de sus ojos avellana serena.

Satisfecho con el trabajo de Araghii, Hoïen – que seguía ejerciendo como líder de todos ellos -, cambió de asunto y les preguntó a los eruditos si habían encontrado algo sobre las Erinias.

-          No – negó Mequi visiblemente desilusionado y molesto por no haber podido cumplir con la tarea que se le había encomendado -. En los libros que logremos salvar de Queresarda no hemos encontrado nada, al igual que ni yo ni Tehr recordamos haber leído sobre ellas.

-          ¿Y aquí? – intervino Nïan por vez primera, tomando el control de la reunión sin percatarse de ello -. En Mazeks hay una gran biblioteca con grandes ejemplares.

-          De momento no hemos hallado nada pero… – Mequi hizo una señal a su sobrino y el silencioso hermano pequeño de Malrren dejó sobre la mesa un grueso libro encuadernado con terciopelo azul y símbolos de plata -. Aquí, Tehr y yo hemos apuntado todo lo que descubrimos de ellas el otro día.

Abriendo el libro por la página correspondiente, todos los reunidos vieron unos increíbles bocetos de las tres Erinias con un lujoso número de detalles que helaban la sangre. En las páginas siguientes había sendas anotaciones he impresiones.

-          Buen trabajo, chicos – elogió él sin pasar por alto la sonrisa de satisfacción en los ojos del General Rojo, de Malr y de Corwën. Parece ser que se sienten orgullosos de mí por haber tomado la iniciativa – pensó.

-          Gracias, alteza – asintió el erudito cerrando el libro -, pero es poca cosa. Aún hay demasiadas lagunas.

-          ¿Creéis que volverán? – preguntó Corwën que, en vez de una dura y letal guerrera, parecía una noble dama de la más alta alcurnia.

A pesar de los años que habían pasado, la mujer poseía aun toda su belleza. El ligero maquillaje – sombra de ojos rosa pálido y kohl – acentuaban el verde de sus ojos rasgados y su cabello rubio pajizo caía sobre sus hombros con elegancia en bonitas ondulaciones.

Y ella no era la única que ofrecía un aspecto estupendo. Araghii, con ropas limpias, perfumado, afeitado y con el cabello reluciente, parecía un digno burgués y no un maleante de pacotilla. Los eruditos, como siempre iban inmaculados, simplemente se habían puesto túnicas limpias y Malrren y Hoïen habían sustituido sus ropas de batalla por unas más ligeras y bonitas.

“Estamos cansados, pero estamos vivos.”

Mas las armas seguían en sus cintos e incluso Corwën portaba su espada especial en la cadera; de igual modo que él portaba a Zingora.

Las guerras del Dragón (Historias de Nasak vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora