Capitulo cuatro

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Reinas

Aquello parecía un infierno aunque no tanto como en el instante en que se había dado la voz de alarma. Aunque el humo que se respiraba en Queresarda era denso y aumentaba por momentos, los ciudadanos parecían estar más organizados y muchos salían de sus casas con petates a cuestas, carro, provisiones y animales, completamente preparados para la inminente huida. Al parecer Zerch, el nieto de Hoïen, había hecho un buen trabajo y había sido capaz de poner cierto orden en aquel inminente caos.

Pero él tenía una misión.

Él y los suyos en realidad, puesto que el general les había pedido que sacaran de allí los dragones mecánicos que poseían los Activistas de los Bosques. Aquella misión era mucho más de lo que pudiera parecer a simple vista. El cargar con aquellas máquinas que eran capaz de salir volando de allí no era una misión cualquiera: era la misión; la tarea de prueba que Hoïen encomendaba a Araghii y a sus contrabandistas. Porque si eran capaces de desarrollarla con éxito serían miembros indiscutibles de aquel organigrama. 

Araghii no era idiota ni tampoco era un estúpido sin dos dedos de frente. 

Aquella tarea era para confirmar si se podía confiar en ellos o no. Sino, ¿a santo de qué les iba a ordenar poner a salvo aquellas máquinas infernales? Los dragones mecánicos que los Activistas habían logrado reunir en los últimos días gracias al príncipe Kanian, eran un grandísimo tesoro. Una nueva arma bélica que  podrían utilizar en su propio beneficio puesto que no solamente las utilizarían en combate sino que su estudio revelaría los puntos flacos y más vulnerables para que su exterminio en batalla fuera más sencilla.

Por todo ello un buen general otorgaría esa responsabilidad a alguien de su más entera confianza y no a un puñado de contrabandistas. Pero era una prueba que Araghii estaba dispuesto a superar con un excelente.

No iba a huir. Aquella vida ya había terminado. Estaba cansado de malvivir traficando con productos prohibidos o robados del mismo modo que estaba arto de luchar contra bandas rivales en el mundo oscuro y pantanoso del contrabando. 

Aquella vida era dura, demasiado incluso para aquellos hombres que eran curtidos, fuertes, inclementes, crudos y crueles y con grandes dotes de liderazgo. El mundo de sombras que él y sus hombres llevaban era uno en el cual siempre se estaba en una cuerda, una que se iba ensanchando o encogiendo según soplaba el viento de la fortuna. Porque, más que nada, el contrabando era un mundo de suerte, de matanzas y de engaños. En cualquier momento un negocio podía salir mal, y además de perder dinero y mercancía, podía perderse hombres y la propia vida.

Y aunque aquel día, en aquel momento, Araghii  podía sentir en sus carnes la implacable muerte pululando por doquier esperando su ocasión para llevarse su alma con su guadaña; prefería estar ahí que en su cueva en la parte oeste del continente. 

“Al menos desde aquí puedo ver la capa negra de la Parca.”

Sí, en aquel campo abierto prácticamente sin oxígeno y con un gran incendio forestal pisándoles los talones, tenía más posibilidades de luchar que en su vida anterior donde la muerte acechaba siempre en las sombras y en las traiciones. Y a él le habían traicionado tantísimas veces que habría perdido la cuenta si se hubiera molestado en contarlas.

El contrabandista buscó con la mirada a sus hombres que permanecían en un extremo de aquella explanada, muy cerca de los establos de los caballos orequs que estaban saliendo y siendo conducidos por sus respectivos jinetes. Aquellos equinos no eran como los caballos normales y corrientes de Nasak; aquellos caballos poseían mayor tamaño y también mayor inteligencia, y únicamente permitían que un jinete - el suyo - les montara durante toda su vida. Según las leyendas, el rey Varel logró domar el orequs de su enemigo Herron, la Sombra Acechante, para ir al rescate de la reina Criselda en los Bosques Sombríos hacía más de cien años.

Las guerras del Dragón (Historias de Nasak vol.3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora