PARTE XXVI

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—¿Qué dices? —María se le encaró.

—¿Que qué digo? —Estaba furioso—. Que estoy hasta la polla de vosotros dos.

—Cálmate —terció Pedro.

—Que me calme —escupió— y una mierda. Me estáis jodiendo los dos. Os hartáis de follar a mis espaldas.

—Eres un gilipollas —María estaba roja de ira— ¿Quién coño empezó con esta mierda de cambiar parejas? —No espero su respuesta—. Fuiste tú capullo.

—¿Capullo?, ¿Gilipollas? —Raúl se acercó en dos pasos a la chica—. Cómo te ha crecido la boquita hija puta.

—Vamos a calmarnos —volvió a intervenir Pedro pero su voz denotaba dudas.

—A tomar por culo —Raúl levantó el brazo derecho y, cerrando el puño, lo descargó con fuerza sobre el rostro de María. Ella cayó al piso como una muñeca rota—. Sé que te gusta lo duro, pues pruébalo —comenzó a tirarle patadas en el suelo.

—Déjala tío déjala —Pedro se interpuso pero su compañero del instituto era una mole—. Por favor déjala.

—Que te jodan cabrón —Raúl actuó con rapidez. Lanzó su rodilla contra la entrepierna de su amigo y un terrible chasquido acalló el alboroto—. Lo mismo ahora tienes que darle gusto con el dejo jodido cabrón.

El muchacho herido perdió el color del rostro y se derrumbó mientras se apretaba su dolor. Raúl continuó pegando a la chica que se había hecho un ovillo y sólo profería lamentos. En el otro extremo de la penumbra de aquella polvorienta estación de metro Susana y Mario se miraban mudos de terror. La mujer había cogido un trocito de tela limpia y se lo aplicaba en su sexo. Lo hacía con cuidado pero, al mismo tiempo, con un movimiento repetitivo. Él temió que la violación hubiera sido demasiado pero, también, estaba confuso. Ella le había musitado cosas que no había entendido y. luego, lo que le había dicho a aquel cabrón de Raúl. Parecía que le molara que se la chapara. Era extraño. Su boca había dicho porcadas a todo meter pero sus ojos estaban vacíos rotos. Que raro. Estaba hecho un lío. Así que se concentró de nuevo en soltarse. Sus captores seguían de fiesta. Aunque parecía que las de ganar las llevaba el gigantón. Debía seguir con la cuerda. Arriba, abajo, Frotar, frotar y frotar hasta conseguir soltarse.

—Que os jodan, que os jodan —Raúl estaba agotado—. Sois unos cabrones —y las lágrimas inundaron sus ojos— sois unos cabrones.

Se dejó caer en la pared opuesta. Sus amigos no se movían. ¿Los habría matado? Joder Pedro era un buen colega y María lo ponía cachondísimo. Pensó en levantarse y ver como estaban se le había pasado el subidón pero no parecía buena idea. Tenía que seguir manteniendo el tipo y que ellos continuaran siguiéndole en todo y, no hay mejor forma de mandar, que dar dos ostias a tiempo. Pensó otro momento en aquella fea de la cara ratón, la Susana o como coño se llamara. La muy jodía se había reído de él. Quería joderla antes de papeársela pero la muy puta estaba calentorra con él desde el insti. Se conformó. Al fin y al cabo, le había dado a la pobre su último deseo antes de cargársela. En el fondo era un tío guay. Siempre había tenido éxito entre sus colegas. La había dado pronto a todo para el cuerpo y toda la mierda que corría por el mercadeo de los polígonos de la ciudad se la había metido por la boca, la nariz y por las venas. Para mantenerse iba al gimnasio donde se machacaba a conciencia. Si no conseguía buena musculación se metía un montón de hormonas y asunto acabado. Joder que tiempos aquellos. Se había follado a medio instituto y, a cualquiera que le jodiera, le había roto los morros. Que buena época. Y con aquel pensamiento fue perdiendo el hilo de la realidad hasta dormirse.

Mario seguía tironeando de la cuerda que lo retenía en el pasamano. La piel se le había abierto donde rozaba el material pero seguía insistiendo. Si no salían de allí no tendrían futuro. Siguió su trabajo mientras no dejaba de vigilar a aquellos tres salvajes. Pedro todavía se retorcía en el suelo pero cada vez lo hacía más lentamente y María parecía que estuviera inconsciente. Por su parte, Raúl estaba roncando. El muy cabrón había demostrado quién mandaba y ahora estaba satisfecho. Se concentró de nuevo en la cuerda y apretó los dientes para no gemir por el terrible dolor que le laceraba sus manos cortadas. Estaba tan absorto que casi gritó cuándo notó unas manos sobre las suyas. Miró loco de miedo y se encontró con los ojos vacíos de Susana. Ella hurgaba en las ataduras pero no parecía sacar nada en claro. Después de un rato lo dejó y se puso a buscar con mucho cuidado en el suelo. Encontró un vidrio y lo aplicó con fuerza a la cuerda. Al cabo de un rato el cordaje comenzó a romperse y, poco después, él estaba libre. Se levantó y ella se apoyó. Entre los dos, juntando ánimo, se deslizaron por la pared más alejada y llegaron al vestíbulo superior. Ella fue la primera en hablar. CONTINUA PRÓXIMA PÁGINA

—Estamos jodidos —su voz era inexpresiva.

—Podemos intentarlo —la voz de él parecía desesperada.

—Nada más que salgamos nos quemaremos como en una pira —se podía atisbar cierto matiz fatalista en su tono.

—Mejor quemarnos que estos cabrones se nos coman ¿no?

—¿Seguro? —Repuso ella— No estoy tan segura Mario. Esta vida es una puta mierda, ¿no sería mejor acabar de una vez?

—A lo mejor —contestó— Pero, lo que tengo claro que lo que no quiero es acabar como una cagarro de estos.

—Quizá, si…

—Debemos intentarlo —él la animó— Salimos con toda la ropa y nos metemos en la primera puerta que encontremos.

—Sabes que será inútil ¿Verdad? —ahora era la voz de ella la que sonaba esperanzada.

—Como no lo sabemos es quedándonos aquí.

—¿Sabes Mario? —Ella hablaba con un hilo de voz—. Tengo confianza en ti. No me preguntes por qué. Pero la tengo.

—Dame la mano —le sonrió mientras le arreglaba la ropa-. Cuando cuente hasta tres —esperó un momento a que ella se lo confirmara con un leve asentimiento y, luego continuó—. Uno…

No llegó al dos. De un manotazo arrancó un telón que los otros habían puesto a la entrada de la boca de metro y agarró fuerte a Susana. El fuego de un sol que irradiaba como mil estrellas les golpeó de lleno. No se amilanó y tiró de la chica. Los dos comenzaron a gritar mientras la piel se les deshacía sobre los músculos. Corriendo se les perdió entre la inmensidad de una bestial luz anaranjada.

Extraña enfermedadWhere stories live. Discover now