PARTE XIX

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Cuándo el grito se convirtió en un lejano murmullo el corazón se le paró. Fue sólo un instante pero notó como se detenía. ¿Qué pasaría? La pregunta le asaltó su mente antes, incluso, que el latido rutinario volviera a repiquetear su esternón. Estaba literalmente cagado.

—¿Por qué coño los habré seguido? —Masculló en sordina y repitió— ¿Por qué puto coño?

Era absurdo. Bien lo sabía. En su cabeza se había dibujado una fascinación por aquel grupo. Recordaba con un sentido raro en la boca, como habían devorado a un ser humano, aquel pobre desgraciado al que le habían vaciado la sesera. Y, aquella evocación lo torturaba, al tiempo, que lo atraía, como el insecto a la luz. Desde la distancia le llegó un nuevo ruido. Todavía parecía provenir de una animal. Parecía un lamento que, a él, le recordaba un pequeño cachorro atropellado, al que había visto morir unos años atrás. Sonaba como el ulular del viento en las noches frías pero, a la vez, desde lo más hondo del eco, se reconocía el alma de un hombre.

Para confirmar su sensación, una figura apareció en el umbral del edificio dónde él había ocultado el cuerpo de Marta. Desde la lejanía no pudo enfocarlo bien y no sabía quién era porque sus ojos seguían afectados por el terrible destello del sol mortal. Pocos segundos después, otras dos siluetas se acercaron a la primera. Tras un momento todos se abrazaron. Para él aquello continuaba siendo un espectáculo que lo atraía. Era como una de aquellas películas que empiezas y no puedes acabar de ver.

A la entrada del edificio, María y Raúl abrazaban con cariño a Pedro. Pero ambos ya estaba pensando en lo que la muerte de Marta podía suponer a su pequeño grupo. Ella empezó a pensar en que tendría más hombre para si sola y, de alguna manera, sintió que se turbaba y, un pellizco, se alojó en su vientre. Tenía que reconocer que Pedro era bastante mejor haciéndolo que su Raúl. Sabía y conocía los pequeños huecos de su intimidad humana y, el muy jodío, los explotaba, vaya que sí. Cuándo Pedro se marchaba con Marta una punzada de celos se alojaba en su garganta y, más de una vez, mientras que Raúl se esforzaba en sus embates, ella se corría pensando en como Pedro hacía gritar de placer a su vieja amiga Marta.

Para Raúl la muerte de la chica tenía un significado más prosaico. Debía empezar a preparar un discursito, de los que se le daba tan bien, para convencer a su compañero Pedro. ¿De qué tenía de convencerlo? Estaba claro. Si, estando viva, la chica les proporcionaba a los dos ratos de placer, en la muerte, debía colaborar en mantenerlos a ellos. Vamos, ¿no es eso lo que hacen los buenos amigos? Aunque la cosa estaba complicada, vaya si lo estaba. Sabía que para a su querida María también le supondría un problema comerse las tetitas de su amiguita de la infancia. Si otras veces ella le había ayudado a convencer a Pedro, mucho se temía que ahora sería diferente.

Luego había otro asunto. El tema de Pedrito. María debía pensar que se chupaba el dedo pero él no era tonto. –No señor, Raúl no es tonto- dibujó las palabras en su cabeza. Se había dado cuenta que su chica se estaba colando por Pedro. Cada vez que se la metía ella parecía ausente y, que joder, tampoco ayudaba que Raulito tampoco empinara bien últimamente. –Es la falta de comida-. Le había dicho en su enésimo gatillazo y, desde luego, lo último que había hecho era tranquilizarle. Desde luego, la cosa había yendo de capa caída en las últimas semanas y él era consciente que María se iba bastante más alegre en estas ocasiones con Pedro que, al principio, cuando acordaron aquel jueguecito. Habían sido los dos él y Pedro. Pero, encima, debía achacarse el mayor empeño en empezar con el cambio de monturas. No se acostumbraba a aquellos tiempos de instituto en que se follaba a toda la que se ponía a tiro. Desde que el mundo se había ido a la mierda el único coñito que se comía era el de María y, no es que no fuera apetitoso pero no molaba. Entonces se consideraba un tipo guapo y que traía a las nenas de calle pero el puto sol lo había mandado todo al carajo. Y, Marta, Joder que tetas y que culo tenía la muy puta. Estuvo semanas dándole vueltas al rollo hasta que comenzó a convencer a Pedro. Su amigo tardó mucho en aceptar. Para él Marta era mucho más que un agujero que parloteaba. Y, entonces, contó con la ayuda de su María. Ella se mostró bastante decidida en cambiar de parejas. ¡Seré gilipollas! La muy zorra lo que estaba era colada por mi colega y, yo, yendo de moderno. Que chungo estaba todo y, además, ahora tenían otro problema. ¿Quién coño era el cabrón que había degollado a Marta?

—Pedro, amigo mío, tenemos que buscar al tipo que mató a Marta —Raúl intentó serenar su voz pero estaba cabreado como uno mono con María y Pedro. Más tarde averiguaría como plantear el tema de los filetes de Martita.

Extraña enfermedadWhere stories live. Discover now