PARTE XIII

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Paso todo el ardiente día cobijado bajo el toldo. Pensaba, una y otra vez, las sensaciones terribles que le habían provocado las imágenes de la carnicería de María y su grupo. Las historias de caníbales le habían gustado desde niño. Con una mezcla de asco y morboso interés recordaba las lecturas que su madre le había contado. África y sus misteriosas selvas, donde los exploradores incautos acababan en ollas donde eran cocinados por aguerridas tribus de negros fornidos. Pero aquellos relatos estaban muy lejos de lo que él acababa de ver. Tenína un cariz de película antigua, en blanco y negro, donde las imágenes escabrosas eran sólo anunciadas por el gesto dolorido del actor y seguido por un fundido en negro.

No, desde luego que no. Lo que había presenciado tenía más que ver con un horror en color. Con lujo de detalles y tenía algo de asqueroso pero sugerente a la vez. se sorprendió por sus sentimientos. Comerse a un ser humano debía ser terrible pero ¿lo era? Muchos antes de que él naciera un grupo de muchachos habían tenido un accidente de avión en los Andes y habían tenido que recurrir al canibalismo. Pero -volvió a preguntarse en voz alta- ¿Era igual?. No. En documentales de los canales de divulgación había escuchado a aquellos muchachos, ya hombres maduros, contando su experiencia. Hablaban de amor, de supervivencia y de respeto. No. Lo que había visto no tenía nada que ver con aquello. Había sido sucio, feo, cobarde. Sin embargo, le seguía aguijoneando la mente una sensación nueva que no acababa de comprender.

Con tanto pensamiento no se dió cuenta que el sol había desaparecido y la tierra reseca silbaba y crepitaba por el súbito enfriamiento. Se levantó y se estiró para recuperarse de tantas horas de forzada inmovilización. Su siguiente paso fue rebuscar en la despensa del tendero y devoró con fruición otra lata de conservas que le pareció exquisita.

—Mejor calientes, desde luego —su voz resonó en la tienda vacía.

Salió de su escondite y se dirigió al tobogán destrozado. La plantita le devolvió su sonrisa con un breve destello verde provocado por las últimas claridades del ocaso.

—¿Qué tal estás? —le habló con dulzura— Menos mal que no has visto la que se lió... ¿No la has visto verdad? —espero un momento y continuó— Todo esto es una mierda... ¿sabes?... Una gran mierda... Voy a ir detrás de ellos —se detuvo un momento como si ella le escuchara—. Mira no lo sé. De verdad. No sé por qué pero voy a seguirlos.

Se volvió hacia la tienda y se metió por el escaparate destrozado. Antes de desaparecer en el interior se giró y gritó —No. No te preocupes. Seguro que volveremos a vernos—. Contento con su decisión rebuscó en la tienda y retiró todo lo que había en la despensa oculta del tendero. Después de meterlo todo en un ajado macuto miró a la momia del propietario y le aclaró —Me llevo también los condones— y, después de una pausa, concluyó —me parece que tu picha ya no los va a necesitar—.

Salió de nuevo y miró por última vez el interior del local. Desde el fin de los tiempos siempre acababa añorando los sitios donde se refugiaba. Luego miró hacia el oeste. Tenía un nuevo camino por delante y ahora, además, tenía por fin un objetivo. Poco a poco, comenzó a caminar. Delante de él las huellas claras de las ruedas del coche del grupo de María destacaban sobre la ceniza acumulada en meses. Y, sin saber por qué, comenzó a cantar:

—I'm singing in the rain.

—Just singin' in the rain.

—What a glorious feeling.

—I'm happy again.

Extraña enfermedadHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin