PARTE XVII

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—Pero, ¿qué coño había hecho?

Aquella idea le repiqueteaba de forma constante su cabeza y le mordía el ánimo. Había jodido con un puto cadáver, por mucho que estuviera de muy bien ver. ¿Qué se le había roto en el coco? ¿Cómo podía haber llegado a aquello? Era, desde luego, una incógnita.

—Marta lo siento… Siento haber hecho esto —su voz resonó insegura en el cuartucho de la limpieza que seguía manteniéndose en la penumbra—. De verdad.

Ella no contestó, ¿cómo podría hacerlo? La adivinó allí, en un rincón. Formaba un bulto informe. ¿Un bulto? No. Una persona. Una mujer a la que había arrebatado la vida. Con aquel pensamiento acabó durmiéndose, aunque no sería un letargo agradable, al contrario, estuvo salpicado de pesadillas terribles en las que Marta volvía a la vida y le arrancaba el corazón para devorarlo ante sus ojos.

—Buscad bien por todos lados —la voz de Raúl le despertó de su incómodo sueño.

—Mierda me he quedado frito —se lamentó en un murmullo y rebuscó en el macuto hasta dar con su linterna—. Estoy jodido.

Desde luego era evidente que su posición era de lo más complicado. Encerrado en un cuarto y, sólo protegido por un pequeño pestillo, no era, desde luego, una gran seguridad. Pero, además, la presencia de Marta, asesinada por él y a su lado no le iba a ayudar más si, sus tres amigos, le echaban el guante.

—Miro en la segunda planta —la voz de Pedro albergaba todavía cierto rencor. Era normal después de que su amigo Raúl lo hubiera dejado inconsciente la noche anterior-.

—Vale está bien —María respondió y su voz sonó muy cerca—. Yo miraré en la planta baja.

Se preocupó. La cercanía de la chica sólo podía indicar que estaba registrando en la recepción ¿Habría borrado bien todas las huellas del traslado del cuerpo? Quería creerlo, necesitaba creerlo. Con aquel pensamiento rondándole acercó su oreja al tablero de la puerta y escuchó atentamente. El ruido del exterior llegaba a él como si atravesara un filtro. Se oían los pasos de María. Se paraba, volvía a andar y regresaba sobre sus pasos. Pudo imaginarse como la chica se movía por la sala exterior. Se giró sobresaltado. La manilla de la puerta del cuarto se movió con fuerza. María se detuvo un momento y volvió a tirar de ella. Al mismo tiempo, cargó con su hombro sobre la tabla y, a él, casi se le paró el corazón.

—Raúl necesito que bajes. Aquí hay una puerta que no puedo abrir —el grito de María volvió a detenerle el pulso.

Estaba acorralado. En cuanto llegaran los otros dos su vida acabaría de forma rápida y terrible. No habría excusa para él y, menos, salvación. La puerta volvió a restallar sobre el marco y la manija se agitó con violencia.

—Está cerrada —grito la chica en el exterior—. Aquí hay sangre o, algo oscuro, no sé —su voz sonaba confusa—. Voy a coger un hierro y la reviento.

Estaba perdido. Debía tomar una decisión. Hacer algo. Agarró el macuto con fuerza hasta que sus nudillos negruzcos se blanquearon. Escuchó de nuevo afuera y oyó a la muchacha tirar de algo metálico que chirrió de forma desagradable. Se decidió. Corrió el pestillo y abrió la puerta en un solo movimiento.

—¿Quién coño eres? —María le miraba sorprendida con un trozo retorcido de hierro en la manos.

Extraña enfermedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora