PARTE XV

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En los días siguientes los estuvo vigilando. Se levantaba antes que ellos porque aprovechaba su enfermedad, y se colocaba en una pequeña tienda que estaba al lado de la salida del metro. Desde allí los observaba y, cada vez, sentía una sensación diferente hacia ellos. Al principio le daban miedo. En aquellos momentos, recordaba como habían matado aquel desgraciado y, después, lo habían devorado como monstruos. Según avanzaban los días comenzó a verlos como si fueran un experimento de ciencias. Sólo hasta que esta última sensación se fortaleció no fue capaz de acercarse más al grupo. Aprovechó un día en que María, Raúl y el otro hombre salieron en el coche y dejaron a la última mujer sóla.

—Miraremos de traerte algo rico Marta —dijo María guiñándole un ojo y después se montó en el coche que se alejó rápido entre una nube de polvo.

La chica, a la que ya podía nombrar como Marta, se quedó un rato sóla mirando el vehículo que se hacía pequeño mientras bajaba por la avenida en dirección a la rotonda. Luego, siguiendo la rutina habitual que él había observado, se puso a registrar los edificios cercanos. Sólo llevaba un palo con el que hurgaba. Se atrevió a seguirla, guardándose mucho de que ella no lo descubriera. Al cabo de un rato, Marta empezó a silbar una melodía. Al principio no la reconoció y se divirtió pensando que el silbar no era cosas de chicas. Fue, cuando la mujer empezó a cantar cuando la descubrió. Era Don't stop the music de Rhianna  y, entonces, la muchacha le sorprendió.

—Please don't stop the music —lo repetió cuatro veces mientras comenzaba a bailar con movimientos sensuales—. It's gettin late, I'm making my way over to my favorite place —se acariciaba los pechos con pasión y resbalaba sus manos hasta sus caderas—. I gotta get my body moving shake the stress away.

La visión le sobrecogió y notó como su respiración se le aceleraba. Marta seguía a su ritmo. Cantaba a pleno pulmón, saltando con los pies juntos y moviendo la cabeza haciendo que su sucio cabello ondeara al viento -Bridge: Do you know what youv started, I just came here to party-, Después se volvió loca. En un segundo, su ropa estaba amontonada en un rincón y ella saltaba desnuda. Él no se pudo reprimir.

—¡Dios mío! —y, al instante, se lamentó de haberlo dicho pero ella no pareció escucharle.

La canción de Rhianna acabó pero Marta enganchó con otra. Esta última no la conocía. Pero también tenía mucha marcha. Bailaba frenética y él no podía dejar de mirar como sus tetas subían y bajaban y el torso roñoso comenzaba a surcarse con arroyitos de sudor. Aquellas lágrimas blancas en su piel sucia le volvió loco. Entre sus piernas comenzó a notar un hormigueo fuerte, que le subía con espasmos por su columna vertebral. Había sentido aquello antes pero, desde luego, no con la fuerza de aquel momento.

—Puta me estás poniendo —susurró y con la mano se acarició su pene.

Ella seguía con aquel baile endemoniado y, como si supiera que alguien la miraba, comenzó a acariciarse en su vello ensortijado. Desde su escondrijo aquello era demasiado. Si Marta no dejaba de hacer aquello explotaría sin remedio. Se preocupó. Abajo los calambres se acentuaron. Marta cayó de rodillas y bajó la voz. La canción se convirtió en un lánguido murmullo. Seguía de hinojos acariciándose el sexo con una mano mientras que, con la otra, se masajeaba los pechos con cuidado, saboreando cada instante de tacto.

Despacio su ritmo aumentó. Y él obedeció ciegamente. Ella movía su mano derecha abajo y arriba en su entrepierna, mientras apretaba los muslos. Él se dejó llevar y se abrió el pantalón. Notó extraño el contacto con su miembro. Era diferente a usarlo para mear, muy diferente, desde luego. La mano de Marta se convirtió en una flecha veloz que subía y bajaba, arriba, abajo. Rápido, rápido, cada vez más. El no se quedó atrás no perdía de vista a la muchacha y se apretaba y aflojaba con fuerza su pene.

Todo acabó. Ella levantó la cabeza haciendo que se pelo enmarañado y sucio cayera hasta el suelo. Su boca se abrió y un grito gutural comenzó a formarse en la comisura de sus labios. Él tuvo que apretarse la boca con la manga, porque el cuerpo le pedía gritar y suspirar con profundidad. Todo acabó en un momento. Marta se derrumbó sobre un costado mientras mantenía la mano en sí. Él retiró la mano y sintió, con vergüenza, como su pantalón se mojaba abundantemente. Luego cayó hacia atrás y cerró los ojos. CONTINÚA EN LA SIGUIENTE PÁGINA

¿Cuánto tiempo estuvo con los ojos cerrados? No podría asegurarlo. Su respiración se fue acomodando lentamente a su titmo habitual, al tiempo que su miembro caía flacido hacia donde cargaba. ¡Qué sensación tan placentera! Sentía su piel erizada por un vello rebelde y, al pasarse la mano por su pecho, notó como los pezones estaba duros. E, igualmente, estaba agotado, hastiado como si hubera corrido un millón de metros.

—Dios... —suspiró con placidez.

—Pero ¿quién pollas eres tú? —el grito de la mujer lo trajo de nuevo a la triste realidad en la que vivía.

—Esto... —no sabía que responder.

—Maldito hijo puta —ella estaba a medio vestir y sus pechos parecían acusarle también —Estabas fisgando... ¿A qué sí?

—No, la verdad es que no —la voz le temblaba y no parecía nada convincente— Sólo estaba buscando comida... de verdad .suplicó.

—Y una mierda —la furia hacía que también le temblara la voz— No te has perdido ni pizca del espectáculo cabrón —se lo pensó y continuó— jodido negrata.

—Que no... escúchame sólo estaba buscando comida —aunque había conseguido mantener su voz con mayor firmeza, su argumento no era igualmente sólido.

—Mira esto es lo que quieres ver puto negro —Marta se abrió la vulva con obscenidad y le sacó la lengua.

Aquello no era igual a lo que había vivido unos minutos atrás. Lo otro había sido mágico, íntimo, precioso, en una palabra. Pero Marta era ya otra persona no hacía más que insultarle se había convertido en aquel monstruo que había devorado a un pobre hombre. Ya no era igual, no señor.

—Espera que mis amigos vengan —ella se le acercó pavoneándose— Te vamos a dar una bienvenida a nuestro grupo que no olvidarás —rió con picardía—. Te aseguro que te incorporarás a nosotros para siempre.

La carcajada de ella fue violenta y nerviosa. Algo en ella era diferente. Sus ojos reflajaban el frío y lo salvaje. No eran ya los que veía hacía un rato apasionados y sinceros. Eran otros, desde luego.

—Espera voy a enseñarte lo que tengo de comida —habló con tranquilidad y ella pareció interesada— Seguro que te gustará.

Se giró hacia el macuto y rebuscó en su interior. Apartó la rasqueta y removió en el interior hasta dar con una lata de sardinas, encontrada en la despensa secreta del tendero. Se lo tendió a Marta sonriéndole con amabilidad.

Ella la cogió con presteza y la miró con lujuria. Intentó abrirla pero no fue capaz así que le miró pidiéndole ayuda. Al hacerlo ella volvió a sufrir un ataque de rabia.

—Hijo puta —le escupió gritando— Te has corrido negro de mierda. Estabas espiándome cabrón, cara culo, mierda...

¿Por qué ella volvía a cambiar? ¿No había sido bonito lo que habían vivido? Ella se le acercó y comenzó a lanzarle bofetadas y el se ptotegió como pudo. Se hizo un ovillo junto al macuto. Ella lo pateaba y seguía insultándole. Tenía que pararla. ¿Cómo? De pronto, todo se aclaró en su mente. Abrió el macuto y se levantó.

—Se acabó puta —le gritó a Marta que le miró entre sorprendida y dolorida— Se acabó —ella intentó hablar pero sólo emitió unos borbotones de sangre y, un instante después, se desplomó en el suelo mientras que sus piernas se sacudían.

Extraña enfermedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora