PARTE XXIII

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Pues no estaba tan mal la muerte. Mario no fue consciente de cuándo había vuelto a pensar. La mujer de la pistola se la había acercado y, después, todo había sido oscuridad. Y, aún lo era. Levanto despacio su mano y se tocó la cara. Su objetivo era comprobar si tenía los ojos abiertos. Parecía absurdo pero un dolor le laceraba las sienes y no sabía muy bien como identificarlo. Los ojos estaban abiertos, ¿entonces?... Esto era la muerte. Oscuridad pero acompañada de dolor. Pues vaya mierda de religiones había en el mundo. Nada de la luz celestial, ni las féminas huríes de los islámicos, ni siquiera, la reencarnación de los hindis.

—Pues vaya mierda —en cuánto habló en voz alta oyó un ruido a su derecha.

—¿Ya despertaste? —La voz era conocida pero, al mismo tiempo, era extraña.

—¿Eres… —se incorporó un poco sobre sus codos— … eres la chica…

—Si a eso ya he llegado yo sola —en la oscuridad, Mario creyó que tras la voz se escondía una sonrisa.

—¿Por qué no me has matado? —Realmente, quería preguntarle por qué no se lo había comido pero prefirió evitar ideas extrañas.

—Porque no tenía hambre —ella pareció leerle la mente—. Además no me pareces un bocado muy apetitoso.

—Me alegro —era verdad, de alguna manera se sentía más tranquilo y confiado—… Sobre todo por la parte que me toca.

—Siento el golpe —continuó ella y le señaló a la sien.

—Más lo siento yo, aunque me has jodido un diente. Con el cuidado en que ma… —lo pensó mejor antes de continuar—, mi madre tuvo con mis piños.

—Lo siento —el tono femenino canturreo como una risita traviesa.

—Bueno … y ¿ahora qué?.

—Depende de ti —ella habló con suavidad.

—Y… ¿depende de qué?

—Bueno sobre todo que quieras estas conmigo Mario —él reparó en que ella le había llamado por su nombre.

—Me conoces ¿verdad? —Al decirlo recordó otro instante de la trifulca entre ella y sus perseguidores—. Nos conoces a todos. Llamaste a María por su nombre… ¿quién eres?

—¿Quién quieres que sea Mario?

—Una amiga –se sorprendió por lo que había dicho-.

Ella permaneció en silencio. La oscuridad se había disipado un poco y Mario pudo observarla en un rincón. Ya no sostenía el arma con la que le había golpeado. No se vislumbraba nada de su fisonomía pero, lo cierto, era que la voz era dulce y musical. Pensó en decirle algo más pero respetó que la mujer se tomara su tiempo en reflexionar sobre su respuesta. Tampoco estaba muy seguro de cómo continuar la conversación. Al final ella se decidió.

—No me recuerdas ¿verdad?

—No —reconoció él. La curiosidad le roía las entrañas—. Debes ser del barrio, del colegio o del instituto. Pero no sé quién eres.

—Y… —ella deslizó atrás la gruesa capucha que le cubría la cabeza— ¿ahora?

—Ehhh... —Mario estaba sorprendido— Eres… tú eres Cara de… —se arrepintió de inmediato— Esto… Susana, creo que te llamabas Su…

—Cara ratón —rió ella y él se avergonzó de inmediato— Me llamaban cara ratón o boca pis, igual que a ti te llamaban negrata o mierda. ¿No te parece una jodida capullada ahora?

—Si… —su tono demostró vergüenza.

—No te agobies Mario —Susana hablaba con acento sincero- Todo eso es una mierda pasada. ¿Qué coño importa como nos llamaban en el instituto?

—La verdad es que no importa nada —coincidió él— Y ¿cómo te lo has montado?

—Al principio —ella se tomó su tiempo como recordando— me uní al grupo de Raúl y compañía. Pronto se convirtieron en los putos jefes y nos trataban como si fuéramos mierdas. Cuándo ya no encontrábamos comida se montaron el negocio de elegir a uno del grupo. Ellos lo mataban y todos comían…

—Entonces, ¿tú… —el temor regresó a Mario.

—No, no te preocupes —sonrió- Me resistí y, te lo juro, no por falta de ganas de comer, pero no sé… —se detuvo un momento- era tan repugnante que no pude con ello.

Ella siguió hablando contando sus vivencias y Mario apenas le interrumpía de vez en cuándo. Le refirió como empezó a ser sospechosa para los miembros del grupo porque no comía a las claras en los festines antropófagos. Tenía que encontrar una solución y lo meditó hasta logar una oportunidad. Lo consiguió un día que exploraba en una comisaría destrozada del centro de la ciudad. Encontró un cuerpo de una agente. Estaba calcinada pero todavía se adivinaba una navaja clavada en su costado. Cerca de ella había un cadáver de un hombre que tenía un enorme agujero en la frente. Susana se imaginó que la pobre policía había sido de las últimas en abandonar su puesto en una sociedad que se hundía y eso le había costado la vida al enfrentarse con un salteador. Aquella excursión le dio una idea. Escondió el cuerpo del hombre y cambió sus ropas con la agente. Recogió la pistola y toda la munición y prendió fuego al edificio. Desde un escondite vio como sus compañeros llegaban a ver el incendio. Algunos señalaron hacia el interior y, aunque estaba lejos, oyó claramente como decían: CONTINÚA EN LA PÁGINA SIGUIENTE

—La muy puta de la boca ratón no ha valido ni para que nos la comiéramos —ella rió—. ¿Te lo puedes imaginar? Los muy cabrones aún se enfadaban por no dejarles mi carne.

—Que cabrones —musitó él prendido de la historia

—Pero les fue bastante peor que a mí. Los he estado vigilando todo este tiempo y he visto como Raúl, María y sus amiguetes se los iban cepillando uno tras otro. Era increíble —su voz demostró su enfado— que no se rebelaran, que nos los jodieran entre todos. No me lo explico…

—Ha pasado antes —Mario no sabía si ella sabía de las grandes masacres de la historia y como la resignación de los humanos se reproducía, una y otra vez.

—Pero eso no lo justifica —ella dirigió su cabreo hacia él— Levántate y prepárate tenemos que salir de aquí antes que Raúl y los suyos estén detrás de nosotros.

Extraña enfermedadWhere stories live. Discover now