PARTE XI

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Raúl cogió el cuerpo exánime del can y se lo echó a la espalda. Los cuatro se alejaron de la tienda y él pudo respirar tranquilo. Los observó con interés mientras pensaba que ojalá no se los volviera a encontrar. Conocía a María. Era la típica bocazas de móvil inquieto por la que que babeaban todos los adolescentes del instituto. Siempre que podía había sido muy cruel con él y su puñetera enfermedad. 

—La muy puta —masculló entre dientes, cuidando que su voz no llegara a los otros.

Pero ellos parecía que estaban muy ocupados con el perro. Raúl lo había despellejado con destreza con un cuchillo y había puesto la piel encima del capó del coche. Con decición clavó el utensilo en la barriga del martirizado perro y lo abrió en canal. Mientras tanto, María y la otra mujer sacaban bolsas y las llenaban con las entrañas que el primero iba cortando del animal. 

Detrás de ellos, el otro desconocido había desaparecido de su vistal, por lo que se pueso en alerta -Me habrá visto- se asustó y un escalofrío le recorrió la espalda. Apenas un moemnto después, aquel asesino había aparecido de nuevo. Estaba detrás del vehículo y ahora llevaba un mazo además del enorme machete que había blandido durante la muerte del perro. Se puso a caminar, con paso cansino, y se acercó al cadaver olvidado del hombre al que había arrebatado la vida unos minutos atrás.

—¡Dios! —se odió por su exclamación. Aquel hijo puta acababa de golpear la cabeza del muerto con el pesado martillo. Desde su agujero en la tienda oyó el desagradable astilleo del cráneo al reventar. Ladeo la cabeza y volvió a descargar la herramienta en el otro lado. El ruido sonó como cuando se rompe una rama seca o el crepitar de un vivo fuego. Contento con su trabajo, aquel carnicero apoyó el machete en el suelo y haciendo palanca sobre el craneo lo abrió como si fuera una sandía.

—Pero ¿qué coño está haciendo este puto salvaje? Joder ¿No fue bastante matarlo? —Los pensamientos se arremolinaban en su mente y no podía quitar los ojos de las maniobras de aquel engendro del infierno.

—¿Qué está haciendo ahora?... Pues no que el muy cabrón se está chupando los dedos —Su estómago vacío se removió y amenazó con salir por su boca. A pesar de ello, la escena le seguía atrayendo con una fuerza imparable. El hombre metió la mano en la cabeza abierte y hurgó hasta que pudo tirar con fuerza. En la palma de su mano colgaba flaccido y vibrante el cerebro de aquel desgraciado.

—¡A comer! —exclamó aquel monstruo, mientras que con tres golpes precisos lo repartió en partes iguales.

—Hay que aprovechar que está fresco —dijo Raúl y con rapidez se metió un trozo humeante de sesos en la boca.

—Hay que dárse prisa que la noche se acaba —contestó María divertida, mientras chupaba su parte antes de engullirla de un bocado.

Extraña enfermedadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora