PARTE XVIII

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Ella le miraba con los ojos redondos de sorpresa. No podía dejar pasar la ocasión por lo que se animó a salvar su vida. Al fin y al cabo, llevaba años haciendo aquello. Saltó hacia delante y la empujó.

—Hijo puta —gritó María mientras caía al suelo.

—Perdona —le respondió como un auténtico imbécil.

—Te voy a joder —insistía ella y apretó con fuerza  su camisa.

—Suéltame, por favor

—Una mierda. Te vamos a joder de verdad —su mirada quemaba.

Siguieron forcejeando aunque ella parecía que tenía más que perder. El primer empujón la había desequilibrado y, ahora, intentaba agarrarse a él con una rodilla en el suelo. Levantó su cabeza y sus ojos lo atravesaron.

—Cabrón, ¿Qué coño has hecho con Marta? —Su pregunta destilaba miedo.

—Nada, no sé quién es, déjame, déjame —intentó zafarse del desesperado agarre de María.

—¿Qué le has hecho? ¿Dónde está? —ella gemía lo que, probablemente, significaba que estaba al límite de sus fuerzas.

—Suelta, suelta María —su nombre se le escapó de pronto. Ella fijó su mirada en él como intentando recordarle.

—Pero... —dudó— ¿Quién coño eres tú?

—Suelta —alzó la mano y le golpeó con fuerza y decisión en el rostro.

El efecto fue inmediato. Ella soltó sus dedos crispados y se llevó la mano a la cara. Entre sus dedos comenzó a vislumbrarse un rojo espeso.

—Yo —balbuceó—. No quería… esto… Lo siento

—Cabrón —gimió ella—

No podía detenerse más. Así que se giró y apretó con fuerza el macuto. La puerta de salida del edificio se hacía cada vez más pequeña mientras intentaba llegar a ella. Desde atrás la chica seguía insultándole y gritaba pidiendo ayuda a sus amigos.

—Raúl, Pedro venid para aquí. Tenemos carne —respiró un momento y continuó— Cabrón de mierda te vamos a comer, hijo…

Fue lo último que escuchó.

—¿En qué coño estaré pensando? —se enfadó consigo mismo.

Sus pies le llegaban al culo. Por lo menos continuaba teniendo un buen físico. Cuando llegó a la esquina de la siguiente manzana se paró de golpe. Se escondió y miró para el edificio. Apenas dos segundos después salía Pedro con una barra de metal en la mano. Justo detrás de él aparecieron Raúl, que agarraba por el hombro a la chica, y María. Miraron hacia todos lados y parecieron indecisos. Pedro comenzó a correr hacia dónde él se encontraba y aquello le heló las venas. Pero, sólo un momento después, Raúl le llamó. Desde la distancia no pudo escuchar lo que hablaban pero el resultado parecía claro. Los tres no estaban dispuestos a perseguirle en solitario. Comenzarían a seguirle con un trabajo en equipo.

—Mierda ¿no sé qué voy a hacer? —suspiró mientras no perdía de vista a sus perseguidores.

Raúl parecía darles órdenes pero María lo acalló. Señaló hacia el interior del edificio y pudo ver como Pedro asentía. Al final, los tres volvieron sobre sus pasos y desaparecieron en el vestíbulo.

—¿Qué coño van a hacer? —su mente no comprendía por qué no continuaban la persecución—. Mierda.

Allá. A unos metros de dónde se encontraba nació un extraño ruido. Como una especie de alarido salvaje de un animal atrapado. Un grito gutural, fanático y terrible que nacía de lo más dentro de un ser humano.

Extraña enfermedadWhere stories live. Discover now