Capítulo 32. ¿Estaré muerta?

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Capítulo 32. ¿Estaré muerta?

-          ¿Eri? ¿Eri?... – Una voz conocida aunque lejana, muy lejana, intenta llevarme de vuelta a la vida, pero… estoy tan agusto envuelta por esta oscuridad que no sé si seré capaz de abrir, voluntariamente, los ojos para entregarme de nuevo al estrés, al ruido y al dolor… Casi que prefiero dejarme ir…

-          Esteban, llama al hospital y que envíen una ambulancia… - la voz de Vera se rompe y con ella se rompe lo poco que queda de mi maltrecho corazón.

Intento abrir los ojos por todos los medios, pero mis párpados parecen sellados. Todo el cuerpo me pesa mucho, demasiado.

-          Espera, mujer, es un desmayo sin importancia… - a la voz de Esteban le falta la rotundidad que tanto la carateriza. Parece que pronuncia las palabras más como una sugerencia que como un diagnóstico.

Siento una mano que se acerca a mi boca.

-          Tranquilos está respirando y… - la misma mano va hacia mi cuello. La noto como una roca que me oprime, - y tiene pulso. Es cuestión de minutos que vuelva en sí. – Sentencia Víctor… “¿Y a este quién le ha dado vela en este entierro?”

Para verle la cara al bien parecido aprendiz de médico, casi que prefiero seguir tumbada, dormida, fuera de juego, desmayada o como quiera que me encuentre… Vaya niñato presuntuoso. Guapo y atento, pero se le ve a un kilómetro que me quiere meter en sus pantalones. Demasiado evidente, le quita la intriga al juego de la seducción. Quizá debido a su “bonita cara” está acostumbrado a que las chicas caigan o, más bien, se tiren a sus pies, pero yo ya tengo una cierta edad y experiencia en este tipo de cuestiones. En ocasiones, mucha más de la que me gustaría tener, me hace sentir… vieja. Por no decir, que mi patata que hace las veces de corazón pertenece a… dejémoslo en, otro.

Tan solo pensar en él y el pulso se me acelera de nuevo. La oscuridad me invade por completo y siento que caigo irremediablemente. Puede que haya llegado el momento de despedirme del mundo porque no creo que pueda volver a caminar entre los vivos…

-          ¡Esteban, por dios, haced algo más que conjeturar y matarnos a todos de la incertidumbre! – Vera se impone sobre el murmullo dejando a todos callados.

Percibo movimientos a mí alrededor, cambios en la luminosidad y la voz de Esteban que no deja de dar órdenes a diestro y siniestro.

-          A ver Eme, busca algo para sujetar las piernas en alto. Vera, tu abanico. Mónica, agua fría con hielo en las muñecas y la nuca. Alguien, que traiga azúcar o algo con azúcar… - Habla tan rápido que me pierdo.

Mi mente desconecta automáticamente de la actividad frenética. No sé qué tipo de estrategia ha creado mi cerebro pero por lo que se ve necesitaba un gran respiro. Vuelvo a hacer el intento de moverme, de hablar, de salir del estado de inmovilidad involuntaria sin éxito… “¿Estaré muerta?”

No creo que sea posible sentir, oír y pensar, y estar muerta al mismo tiempo… ¿o sí?

Percibo que mis piernas se elevan y se apoyan en algo duro e incómodo, esta Eme habrá cogido lo primero que se le ha cruzado en el camino. Un frescor intenso en los brazos, en la cara, en la nuca… Parece que hacen al corazón bombear de nuevo. Poco a poco siento su latido en mi pecho. Pero me estoy empezando a agobiar bastante. Necesito poder moverme.

-          Eri, mi niña, vuelve con nosotros, no me hagas la faena de dejarme sin socia, encargada y amiga ¡el primer día de trabajo! - Vera me habla en un acto desesperado. Nunca la había notado tan compungida. “Mi pobre madre adoptiva…”

Soy adicta al sexo Wattys 2014Donde viven las historias. Descúbrelo ahora