Capítulo 44. El valor de lo oculto.

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DRACO.

Después de desvelar el quid de la cuestión, Voldemort acalla a todos alzando la mano. Yo todavía estoy en estado de shock, aunque en un recodo de mi mente y de manera casi inconsciente se va trazando un plan. Zabini me da un codazo en las costillas y yo alzo la cabeza. El propio Voldemort me mira fijamente, seguramente esperando una respuesta a una pregunta que ni siquiera he oído. Cierro la mente antes de preguntar, con voz de falsa adoración:

-¿Sí, mi señor?

-Decía, Draco, que os lo he contado también a vosotros porque al conocerla y convivir con ella en el castillo, podréis observar sus rutinas y costumbres para que podamos obtener la máxima información posible. Es vital estar bien informados sobre Potter y sus amigos.-hace una pausa y su boca se tuerce en una mueca despectiva y burlona-. Aunque siempre hay que mantener las distancias con los Sangre Sucia.

La rabia se apodera de mí, y hago un esfuerzo irracional para contenerme y no lanzarle una maldición con mi varita. Pienso en las personas que se verían afectadas ante mi repentina locura, y eso hace que me calme un poco.

-Claro.-respondo secamente, y él vuelve a centrarse en los demás.

-Bien. Una vez aclarado esto, creo que por el momento no hay nada más de que hablar. Si surge algo, os lo comunicaremos.-clava sus pupilas con un matiz rojizo en Blaise, en Theo y en mí-. Ahora, podéis marcharos y comunicarle esto a los demás. No tardaremos en volver a vernos.

Nos levantamos en el momento en el cuál termina la frase. Lanzo una última mirada a mi madre. En ese instante, Zabini le susurra algo a Rabastan. Nadie se fija salvo Voldemort y yo. El Señor Tenebroso asiente y mi tío se tensa ligeramente. Sin decir ni hacer nada más, los tres salimos por dónde antes habíamos entrado, volviendo al sendero para desaparecernos.

Camino con los labios y los puños fuertemente apretados, a grandes y gráciles zancadas. Todavía me contengo para no volver sobre mis pasos y usar la varita. O hacer una ronda de combate muggle. La verdad, poco me importa el método. Lo único que me gustaría en este momento es atacar al que nos controla. A Voldemort, ese cruel ser de rostro serpentino. Y ya de paso, a Rabastan. O a mi padre, por ser tan extremadamente estúpido. Y también a bastantes otros. Noto los oscuros ojos de Blaise clavados en mí. Cuando le miro, me encuentro con una expresión de enfado contenida, pero comprendo al instante que no puede decir nada delante de Theo. En ese instante, llegamos al sendero. Pongo toda mi atención en desaparecerme con éxito; lo último que me faltaba sería sufrir una despartición. Tras girar en el ya acostumbrado remolino, volvemos a pisar el suelo, cerca de los terrenos de Hogwarts. El sol se está poniendo, quizá no falte mucho para la hora de cenar. Seguimos caminando hasta cruzar las grandes puertas del castillo, tras las cuales (y para nuestra sorpresa) nos espera la profesora McGonagall.

-Señor Zabini, señor Nott.-dice a modo de saludo, antes de clavar sus perspicaces ojos en mí-. Señor Malfoy, ¿cómo se encuentra su madre?

La pregunta me pilla por sorpresa. ¿Mi madre? Ah, ya. Mi madre y su supuesta enfermedad.

-Está mejor, gracias.-respondo con un deje de frialdad, producto de la rabia anterior-. Creo que deberíamos ir a nuestra Sala Común antes de entrar al Gran Comedor.

-Claro. Espero que su madre mejore totalmente muy pronto, señor Malfoy.

-Gracias profesora. Yo también lo espero.

Echo a andar de nuevo con Blaise y Theo a mis lados, mientras pienso en la respuesta que acabo de dar. Está clarísimo que mi madre no mejorará de ninguna enfermedad (ya sea real o falsa) mientras todos esos pululen por nuestra Mansión. Ellos son la enfermedad.

Revive la magia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora