Capítulo 10: Amaya Macline (Editado)

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Al siguiente día llegué temprano a  La caja de juguetes, con la excusa de que había despertado sin apetito. Para lograrlo tuve que obligar a Doménico a llevarme a mi oficina en cuanto acabara de alistarse. En realidad sí tenía hambre pero comenzaba a sentirme más intrigada por los juguetes, en especial por los que aún no conocía. Podría formar todas las teorías del mundo pero nada me preparaba para la persona que podría cruzar por esa puerta, incluso me preguntaba si podía llegar a llamarla “persona”. 

No tuve que esperar mucho para averiguarlo. Tocaron la puerta y yo indiqué que pasaran, como se suponía que debía. 

Los mismos dos hombres que habían traído a Alison hacía un par de días ingresaron a la habitación agarrando a una mujer, de unos cuarenta años, para obligarla a entrar a la sala. 

En un inicio no me había fijado, pero al observarla un poco mejor sus manos noté que un par de aros metálicos  rodeaban sus muñecas, unas esposas. Las restricciones en sus muñecas me hicieron deducir que la mujer era peligrosa. 

Para dejar de ver las esposas comencé a grabar cada rasgo de ella en mi mente. Ella era delgada para su edad; su cabello era café oscuro, lacio y le llegaba hasta los hombros. Su piel era más pigmentada, como si tuviera leves quemaduras de sol.  

La señora se sentó y los hombres salieron por la puerta. 

—Mucho gusto.—Por poco extiendo mi mano para estrechar la suya, pero me contuve al recordar de nuevo las esposas—. soy Charlotte Lowell. 

La mujer pareció no escucharme, posó sus ojos cansados sobre la pared, hasta que recordó que yo estaba con ella en la habitación. 

—Hola.—Quedó unos minutos en silencio—. Soy Amaya Macline.—Me tomó unos segundos darme cuenta que apenas había respondido a mi presentación. 

Quise comenzar la entrevista pero a ella comenzaron a cerrársele los ojos. Traté de ver si había algo que me indicara que se burlaba como los demás juguetes pero sí lucía cansada.  

—¿Tiene sueño?—pregunté un poco preocupada. 

—No es nada—contestó con una sonrisa para tranquilizarme. 

—¿No la dejaron dormir?—Pensé que podría haber estado despierta por la misma razón que Alison. Tenía la esperanza de que al menos Amaya sí contestara, si ese hubiera sido el caso. 

—No es nada, niña. No he podido dormir bien desde que tenía once años—comentó entre un largo bostezo. 

—¿Por qué?—pregunté por cortesía. Estaba segura que no me lo diría, se veía más loca que Jacob y Alison. 

—Problemas de insomnio. 

—¿A raíz de...?—seguí preguntando para que me mandara a la... 

—A esa edad asesiné a mi hermano, tengo pesadillas con eso.—Su voz tenía una combinación de fastidio y tristeza. 

Se veía dolida, supongo que no era bonito que una extraña le hiciera recordar esas cosas. No creo haber sido la primera en hablar con ella del tema. Para su mala suerte yo no sabía cómo manejar la situación, lo más lógico me pareció hacer fue colocarme a su lado  y frotar su hombro para que se tranquilizara un poco. Luego metí la pata. 

—¿Cómo pasó?—pregunté sin considerar que lo más seguro no quería hablar de eso. 

Ella volteó hacia mí con una mirada furiosa, no le había gustado para nada mi pregunta. 

Antes de poder reaccionar y disculparme, ella me tomó del cuello y usó mi peso contra mí para terminar tendida en el suelo. Comenzó a estrujar mi garganta impidiendo que el oxígeno entrara a mis pulmones. Había olvidado por completo que necesitaba esa función tan básica en ese lugar. 

Cae Nieve en el InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora