Las Actas del Club

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El señor Noirtier esperaba vestido de negro, instalado en un sillón.

Cuando hubieron entrado las tres personas a las que deseaba ver, miró a la puerta, que al punto cerró su criado.

‑Cuidado ‑dijo Villefort en voz baja a Valentina, que no podía disimular su alegría‑, cuidado, pues si el señor Noirtier quiere comunicaros algo que impida vuestro casamiento, debéis hacer como si no le comprendierais.

Valentina se sonrojó, pero no respondió.

Villefort se acercó a Noirtier.

‑Aquí tenéis al señor Franz d'Epinay ‑le dijo‑. Le habéis lla­mado, y al punto acude a vuestra llamada. Sin duda todos nosotros deseábamos esta entrevista hace mucho tiempo, y me alegraré de que os demuestre cuán poco fundada era vuestra oposición al casamiento de Valentina.

Noirtier no respondió sino por una mirada que hizo estremecer a Villefort.

Y con sus ojos hizo seña a Valentina de que se acercase.

En un momento, gracias a los medios de que se solía servir en las conversaciones con su abuelo, encontró la palabra llave.

Consultó entonces la mirada del paralítico, que estaba fija en el cajón de una cómoda colocada entre los dos balcones. Abrió el cajón y efectivamente encontró una llave.

Así que el anciano le hizo seña de que era lo que él pedía, los ojos del paralítico se dirigieron hacia un viejo buró, olvidado hacía muchos años, y que según todos creían no encerraba más que papeles inútiles.

‑¿Queréis que abra el buró? ‑preguntó Valentina.

‑Sí ‑‑‑dijo el anciano.

‑Bien. Ahora, ¿abro los cajones?

‑Sí.

‑¿Los de ambos lados?

‑No.

‑¿El de en medio?

‑Sí.

Valentina lo abrió y sacó un legajo de papeles.

‑¿Es esto, abuelo, lo que queréis? ‑‑dijo.

‑No.

Sacó nuevamente todos los demás papeles, hasta que no quedó uno solo en el cajón.

‑¡Pero el cajón está vacío ya! ‑dijo la joven.

Los ojos de Noirtier se fijaron en el diccionario.

‑Sí, abuelo, os comprendo ‑dijo la joven.

Y fue repitiendo una tras otra todas las letras del alfabeto hasta llegar a la S. En esta letra la detuvo Noirtier.

Abrió el diccionario y buscó hasta la palabra secreto.

‑¡Ah! ¿Conque tiene un secreto? ‑dijo Valentina.

‑Sí.

‑¿Y quién lo conoce?

Noirtier miró a la puerta por donde había salido el criado.

‑¿Barrois? ‑dijo Valentina.

‑Sí ‑respondió Noirtier.

‑¿Queréis que le llame?

‑Sí.

La joven se dirigió a la puerta y llamó a Barrois.

Durante todo este tiempo, el sudor de la impaciencia bañaba la frente de Villefort, y Franz estaba estupefacto.

El Conde de Montecristo- Alexandre DumasWhere stories live. Discover now