La Noche de Bodas

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Como hemos dicho, Villefort tomó el camino de la plaza del Grand­Cours, y de la casa de la marquesa de Saint‑Meran, donde encontró a los convidados tomando café en el salón, después de los postres.

Renata le aguardaba con una impaciencia de que participaban todos, por lo que la acogida que tuvo fue una exclamación general.

‑¡Hola, señor corta‑cabezas, columna del Estado, moderno Bruto realista! ‑exclamó uno de los presentes‑; ¿qué hay de nuevo?

‑¿Nos amenaza quizás otro régimen del Terror? ‑preguntó otro.

‑¿Ha salido de su caverna el ogro de Córcega? ‑añadió un tercero.

‑Señora marquesa ‑dijo Villefort acercándose a su futura suegra‑,vengo a suplicaros que me perdonéis. La necesidad me obliga a dejaros... ¿Tendré el honor, señor marqués, de hablaros un instante en secreto?

‑¿Tan grave es el asunto...? ‑murmuró la marquesa al notar la nube que ensombrecía el rostro de Villefort.

‑Tan grave que me obliga a despedirme de vos para una corta ausencia. ¡Mirad si será grave! ‑añadió volviéndose a Renata.

‑¿Vais a partir? ‑exclamó Renata, sin poder ocultar la emoción que le causaba esta noticia inesperada.

‑¡Ay, señorita!, es necesario‑ respondió Villefort.

‑¿Adónde vais? ‑preguntó la marquesa.

‑Es un secreto, señora; sin embargo, si alguno de estos señores tiene algo que mandar para París, sepa que un amigo mío, que está a sus órdenes, partirá esta misma noche.

Todos se miraron unos a otros.

‑¿No me habéis pedido una entrevista? ‑preguntó el marqués.

‑Sí, pasemos, si os place, a vuestro gabinete.

El marqués cogió del brazo a Villefort y salió con él.

‑Vamos, hablad, ¿qué es lo que ocurre? ‑exclamó el marqués cuando llegaron al gabinete.

‑Cosas que creo de alta importancia, y que exigen que me traslade a París inmediatamente. Ante todo, marqués, y perdonadme lo indis­creto de la pregunta que os hago, ¿tenéis papel del Estado?

‑Tengo en papel toda mi fortuna. Unos seiscientos o setecientos mil francos.

‑Pues vendedlo, vendedlo en seguida, o de lo contrario os vais a ver arruinado.

‑¿Cómo queréis que desde aquí lo venda?

‑¿Verdad que tenéis un corresponsal banquero?

‑Sí.

‑Dadme una carta para él, encargándole que venda esos créditos sin perder tiempo. Quizá llegaré tarde.

‑¡Diablo! ‑exclamó el marqués‑; entonces no perdamos ni un minuto.

Y sentándose a la mesa se puso a escribir a su banquero una carta, encargándole que vendiera a cualquier precio.

‑Ahora que tengo esta carta ‑dijo Villefort guardándola cuidado­samente en su camera‑, necesito otra.

‑¿Para quién?

‑Para el rey.

‑¿Para el rey?

‑Sí.

‑Pero yo no me atrevo a escribir directamente a Su Majestad.

‑Tampoco os la pido a vos, sino que os encargo que se la pidáis al señor de Salvieux. Es necesario que me dé una carta que me ayude a llegar hasta el rey sin las formalidades y etiquetas que me harían per­der un tiempo precioso.

El Conde de Montecristo- Alexandre DumasWhere stories live. Discover now