Los Registros de Carceles

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Al día siguiente de aquel en que se desarrolló en la posada del cami­no de Bellegarde a Beaucaire la escena que acabamos de narrar, un hombre de treinta y dos años con frac azul, pantalón de Nankin, chaleco blanco y aire y acento muy inglés, se presentó en casa del al­calde de Marsella.

‑Caballero ‑le dijo‑, yo soy el comisionista principal de la casa Thomson y French, de Roma. Diez años ha que estamos en relaciones con la de Morrel a hijos, de Marsella, y hasta le tenemos confiados unos cien mil francos sobre poco más o menos. Lo que se dice de que amenaza ruina tal casa, nos pone actualmente en suma inquietud, por lo cual vengo de Roma a pediros noticias sobre este asunto.

‑Caballero ‑respondió el alcalde‑, sé efectivamente que de cua­tro o cinco años acá parece que persigue la desgracia al señor Morrel. Ha perdido cuatro o cinco barcos, y ha sufrido tres o cuatro quiebras, pero no me corresponde a mí, aunque soy su acreedor por unos diez mil francos, referiros la situación de su casa. He aquí todo lo que puedo deciros, caballero. Si queréis saber más, id al señor de Boville, inspector de cárceles, que vive en la calle de Noailles, número 15. Según creo, tiene colocados doscientos mil francos en la casa de Morrel, y si realmente hay ocasión de que temamos, como su cantidad es ma­yor que la mía, serán también más exactas sus noticias probablemente.

Al parecer apreció mucho el inglés esta delicadeza del alcalde y salu­dándole se encaminó a la calle indicada, con ese paso peculiar de los hijos de la Gran Bretaña.

El

Con la flema de los de su raza, abordó el inglés la cuestión casi en los mismos términos en que acababa de hablar al alcalde.

‑¡Oh, caballero! ‑exclamó el señor de Boville‑, no pueden ser más fundados vuestros temores, por desdicha. Aquí me tenéis sumido en la desesperación. Yo tenía colocados doscientos mil francos en la casa de Morrel; doscientos mil francos que eran la dote de mi hija, y pensaba casarla dentro de quince días, puesto que de esa cantidad, cien mil francos eran reembolsados el 15 de este mes, y los otros cien el 15 del próximo. Ya tenía avisado al señor Morrel que deseaba que fuera exacto en el reembolso, y he aquí que viene él mismo a decirme hace una media hora, que si su barco, El Faraón, no ha vuel­to para el 15, no le será posible pagarme.

‑Pero eso parece tan sólo un aplazamiento ‑observó el inglés.

‑¡Decid mejor que parece una quiebra! ‑exclamó desesperado el señor de Boville.

El inglés reflexionó un instante y luego dijo:

‑¿Tantos temores os inspira ese crédito?

‑Lo considero perdido.

‑Pues yo os lo compro.

‑¡Vos!

‑Sí, yo.

‑Pero ¿con un descuento enorme, sin duda?

‑No, a la par; por doscientos mil francos. Nuestra casa ‑añadió el inglés sonriendo‑, no hace negocios de esa clase.

‑¿Y pagáis...?

‑Al contado.

Y sacó el inglés de su bolsillo un fajo de billetes de banco, que podrían importar el doble de la suma que temía perder el señor de Boville. Un destello de alegría iluminó el semblante de éste, pero haciendo un esfuerzo añadió:

‑Es mi deber advertiros, caballero que es muy probable que no recobréis ni el seis por ciento de esa suma.

‑Eso no es cuenta mía, sino de la casa de Thomson y French, en cuyo nombre estoy actuando ‑respondió el inglés‑. Acaso tenga ella empeño en apresurar la ruina de otra casa rival; lo que sé, caba­llero, es que estoy pronto a pagaros el endoso que vais a hacerme, y que sólo os exigiré un mínimo corretaje.

El Conde de Montecristo- Alexandre DumasWhere stories live. Discover now