30. Una plegaria.

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Antes de empezar con el capítulo, me gustaría recomendarles mi blog. Es -sorpresa, sorpresa- un blog de literatura. Ahí estoy subiendo reseñas, booktags, top ten y más; así que si les gusta el mundo bloguero, no duden en pasarse, me harían increíblemente feliz. El link está en mi perfil, pero se los dejó también en el primero comentario.

Ahora, ¡que disfruten!

Paul's POV

Mis nudillos están blancos en torno al tubo que estoy sujetando. Una chica a lado de mi se apretuja contra mi cuerpo y por un segundo pasa por mi mente el hecho de que lo haya hecho a propósito y si debo responder de alguna manera, pero la sospecha termina sepultada inmediatamente por otro tipo de pensamientos.

Estoy sudando y dudo que sea por el clima o el lugar en donde me encuentro.

Subo la mirada al reloj en mi muñeca que marca exactamente las siete y siento una gotas de sudor bajar por mi sienes. En teoría, estoy a tiempo, pero en el transcurso del camino se me han ocurrido mil maneras en las que podría llegar tarde y arruinar mi cita con Gisselle.

Un olor a podrido inunda mis fosas nasales al mismo tiempo en que una queja generalizada se extiende por todo el vagón, y es lo suficientemente fuerte como para borrar cualquier pensamiento sobre Gisselle. Una vez más, me maldigo por ser tan idiota.

Hace tan sólo un par de horas le había comentado a mamá que iría a Malibú a una cita, y hace tan sólo un par de horas me había mandado al carajo cuando me negué a contarle con quién me encontraría. Me había quitado el auto y las tarjetas.

No es que temiera que a mi madre no le agradara que fuera a verme con Gisselle, sino todo lo contrario. Estaba completamente seguro de que en cuanto se enterara que estaba saliendo con una Cleveland —y saliendo lo suficientemente en serio como para realizar un viaje de hora y cacho por una cita—, empezaría a formular los planes para la boda. Me hablaría sobre lo buena que había sido mi elección, pero no por Gisselle, sino por lo ventajoso que resultaba que ella llevara el apellido Cleveland.

Y no quiero eso. No quiero que mi relación —o no relación— con Gi sea como uno de esos tantos acuerdos que llevan a cabo mis padres para salir beneficiados. Quiero que sea real.

Sin embargo, en este instante cuando mis pies duelen por llevar tanto tiempo de pie y mi nariz ha sido víctima en más de una ocasión por flatulencias ajenas, me arrepiento un poco.

Escuchar hablar a mi madre sobre mi boda no puede ser peor que el transporte público.

Por suerte, ya sólo me queda una hora de camino.

Necesito trasbordar sólo una vez más y para llegar a Malibú, de ahí tomaría un taxi con el dinero que había sacado de mis ahorros y aproximadamente a las ocho de la noche estaría frente a las puertas de la casa de Gisselle.

Dirijo la mirada hacia la bolsa negra que llevo en mi mano libre y a la caja de zapatos que traigo en el interior de mi brazo, contra mis costillas. Ambas cosas tienen un valor arriba de los mil dólares y era un riesgo llevarlos por ahí, definitivamente me había excedido un poco, pero por primera vez me había sentido preocupado por no lucir suficientemente atractivo en un evento.

Había tenido que rogarle a Kristina, mi mejor amiga, que me prestara un fajo de billetes y me ayudara a elegir un traje que me hiciera lucir como el hombre más sexy sobre la tierra.

Por supuesto, al principio se había negado y me había llamado un idiota absurdo. Ella odiaba a Gisselle, ni si quiera la conocía, pero alegaba odiarla por haberme roto el corazón un par de veces.

Sonrío ante el recuerdo. Sólo había hecho falta hacer un puchero y abrirme un poco sobre mis sentimientos para que ella hubiera aceptado ayudarme, y gracias a todos los santos que lo hizo, puesto que con el traje puesto «lucía como un adonis hípster por aquellas greñas», según sus palabras.

Locos y enamorados (EDUI #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora