23. La verdad.

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Tenía tiempo sin sentirme tan triste.

Había llorado como una niña pequeña una que otra vez en los últimos días, pese a que ponía todo mi esfuerzo en empacar, hacer maletas, ir a clases y estudiar, hacer cosas que me distrajeran, pero me estaba resultando imposible.

Por experiencia sabía que las sensaciones más fuertes eran difíciles de describirlas, y en estos momentos me resultaba difícil encontrar las palabras.

Las avispas que habían estado revoloteando hace unos momentos en mi estómago habían quedado tan furiosas que parecían haber hecho un enorme agujero en él; mientras que mi pecho dolía de tal forma que me hacía llevarme mis manos hacia la zona de mi corazón, aun sabiendo que el dolor iba más allá de lo físico.

Los ojos de Paul, su sonrisa, su cabello, sus risas... se negaban a abandonarme, y me di cuenta de que esto sería más difícil de lo imaginado, y que probablemente la pasaría mal los próximos días o semanas.

Aunque debo admitir que en el fondo, era mejor. Preocuparme por mi corazón roto era mil veces mejor que preocuparme por el padre de mi ex novio que al parecer estaba loco, era mejor que tener que preocuparme por problemas que yo nunca pedí.

Aparentemente, incluso lejos Paul era capaz de hacerme sentir mejor.

Lo que definitivamente me aterraba a tal punto en que el miedo se calaba a mis huesos y me inmovilizaba, era la idea de que Paul llegara a odiarme, porque lo aceptaba, había sido una tremenda perra, y no lo culparía, sin embargo, me quedaba la esperanza de que todo se solucionara pronto y de esa manera podríamos los dos...

«No, Gisselle, ya cállate»

Suspiré.

La semana sólo había ido de mal en peor, no había tenido más noticias de Richard —no es que las quisiera, era mejor así—, el enojo de mi padre había alcanzado niveles estratosféricos, y mi mejor amiga estaba irremediablemente enfadada conmigo, porque a la hora de darle explicaciones supo que le estaba mintiendo.

—¿Ya está todo listo, Gisselle? —preguntó mi padre a mis espaldas, con el celular en el oído y mirándome con el ceño fruncido.

Asentí antes de darle una última mirada a mi departamento, que ahora se encontraba vacío a excepción por la cocina integral.

Había pasado cosas maravillosas en él, y me había dado un aire de libertad y privacidad cuando más lo había necesitado.

—Sí, ya tengo todo —respondí, sujetando la última caja con mis cosas antes de salir.

En la puerta me esperaba a Eleazar, que me había estado ayudando con la mudanza y había sido mi único soporte durante la semana con Angelina enojada y Chad con un humor de perros.

Tomó la caja de las manos y nos dirigimos al elevador.

—Puede que te extrañe —murmuró.

—Yo no —mentí, pero le dediqué la mejor sonrisa que tenía.

Mi padre iba absorto en la conversación de su teléfono, mientras Ela me molestaba y me picaba en las costillas en un intento de hacerme sonreír, y me gustaría que supiera lo mucho que me había ayudado durante los últimos días y qué tan importante era para mí.

El ascensor nos dejó en la planta baja y le dediqué una última mirada al lobby, despidiéndome con una sonrisa de Jake, el mejor recepcionista que había conocido.

Una vez que salimos a la calle me di cuenta que extrañaría aquellos edificios blancos que durante algunos meses se habían vuelto un hogar para mí. Miré la espalda de Eleazar, que estaba guardando una caja en el auto de mi padre y pensé en que ojalá pudiera llevármelo a vivir conmigo, como si fuera mi hermano.

Locos y enamorados (EDUI #2)Onde as histórias ganham vida. Descobre agora