28. El Océano Pacífico en lágrimas y mocos.

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¡Hola! Sí, en un tiempo récord he traído un nuevo capítulo, y además uno muy largo c:

                                                                                               

                                                                                          ***

El gimnasio es una completa selva. Estudiantes y maestros iban de acá para allá cargando decoraciones y papeles, corrían y discutían sobre el tamaño de las mesas o si las cortinas debían ser azul celeste o bígaro. Había un murmullo generalizado lleno de tanta urgencia que no podía creer que aun así se entendieran unos a otros.

Pero mis ojos se enfocaron en encontrar a una pequeña de color castaño. Ya había sonado el timbre de salida y todavía había una considerable cantidad de alumnos ayudando, por lo que encontrar a mi amiga me llevó más tiempo del esperado.

Resultó estando en una de las esquinas del gimnasio pintando letras gigantes de unicel que me imaginaban dirían algo como «Bienvenidos». No recordaba qué tan bien se le dieran a mi amiga las artes y manualidades, pero de todos modos la veía más concentrada en darle besos a Chad sin que nadie lo notara.

—Heeeey, tortolos —murmuro en cuanto estuve lo suficientemente cerca.

Algunas personas que se encontraban alrededor giraron sus rostros ante mi llamado, pero en cuanto vieron que se trataba de mí regresaron a sus propios asuntos. Mis amigos, por su parte, tardaron un poco más en dejar sus jugueteos y mirarme.

Debía llevar los nervios pintados en la cara, porque las sonrisas de enamorados que llevaban en el rostro se desvanecieron y ambos dejaron lo que estaban haciendo para acercarse con cierta confidencia hacia mí sin que tuviera que decir una sola palabra.

—¿Qué pasó? —pregunta Chad en tono serio e íntimo, dejando a un lado sus bromas espantosas sobre mi virginidad.

—¿Cómo sabes que pasó algo? —pregunto incrédula, cruzándome de brazos.

—Lo traes pintado en la cara —responde Angie.

—Y te estás mordiendo las uñas —agrega Chad haciendo una mueca hacia la mano que se encontraba sobre mis labios.

Retiro mi mano avergonzada. Desde el campamento morderme las uñas era uno de los peores hábitos que había desarrollado, lo peor es que todos parecían notar que lo hacía, menos yo.

Caigo en cuenta nuevamente que si fuera a cometer un crimen, Chad y Angelina serían los primeros en enterarse aunque no se los dijera. Todos los años de amistad no eran en balde, me conocían demasiado bien, probablemente mejor de lo que me conocía a mí misma.

Dejo escapar un suspiro de derrota y me acerco a ellos aun más, para evitar que cualquier curioso escuchara nuestra conversación. Mis amigos captaron mi intención e inclinaron sus cabezas hacia mí, hasta que prácticamente terminé susurrándoles en el oído.

—Zachary tampoco sabe qué pasó esa noche —susurro lo más bajo que pude.

Al principio, no reaccionaron y simplemente se quedaron en la misma posición, pero al cabo de unos segundos sus rostros se llenaron de una molesta preocupación. Parecían más bien compungidos, como si alguien les acabara de asestar un buen golpe.

—¿Entonces...? —La frase de Angie queda inconclusa y se pierde en sus pensamientos.

Tenía la impresión que un montón de escenarios horribles estaban apareciendo en su cabeza, tal como pasó conmigo.

Locos y enamorados (EDUI #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora