14. Aterrada.

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Me dirigí a mi pequeña mesa, y terminé de limpiarla de los restos de comida del día pasado, hasta que estuvo decente como para poner mis cuadernos ahí.

Acerqué mi mochila a la mesa, y en ese instante, el timbre sonó.

Miré la hora en mi celular, y comprobé que Paul había llegado quince minutos tarde a lo que había acordado, pero, no es como si fuera una cita, así que ignoré ese pequeño detalle.

Corrí hasta mi tocador, y me arreglé un poco. No para verme más bonita exactamente, sólo para comprobar que no parecía un ogro o algo por el estilo.

—Ya voy —grité, cuando me acerqué a la puerta para abrirla.

Y ahí estaba, tan guapo como siempre.

Con unos jeans azules y una playera blanca que dejaba ver lo bien que estaba, sus suaves rizos tapándole apenas los ojos y, por supuesto, esa extraña sonrisa traviesa.

El dolor de cabeza pareció desaparecer cuando lo vi. Seguro la pastilla que me había tomado acababa de hacer efecto.

—Gisselle —dijo, como en un susurro, y dio un paso adelante.

Habíamos quedados separados apenas por unos centímetros, lo que mi hizo sentir como una niña a su lado, pues mi cabeza apenas y alcanzaba sus hombros. Sinceramente, empezaba a darme mucha envidia el hecho de que el resto de mis amigos —exceptuando a Angie— siguieran creciendo, mientras yo parecía haberme quedado estancada.

—Paul —Sonreí, notando un ligero cambio en mi voz, aunque no sabía a qué se podía deber.

El chico —u hombre— cerró el espacio entre nosotros, cubriéndome en un abrazo, de esos bonitos, de los que sientes como tus músculos se relajan y no quieres soltarte jamás.

—Uy, espera —le dije, cuando empecé a sentir un retorcijón en el estómago—, me vas a matar.

—Pero de amor —contestó en broma, no obstante, me soltó.

—Sí, sí, claro —le contesté, restándole importancia a su cursilería—. Pues bien, adelante, eres mi invitado de honor.

Paul sonrió de medio lado y avanzó por mi departamento, recorriéndolo con la mirada como si fuera la primera vez que se encontrara dentro.

Cerré la puerta y me quedé así, dándole la espalda para evitar que mi rostro crispado por los nervios me delatara. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Realmente no tenía ninguna idea.

No era la primera vez que me encontraba sola con un chico en casa, es decir, Chad y Ela solían pasar bastante tiempo ahí, tanto que solía parecer su segunda casa, pero, por alguna extraña razón, con Paul se sentía diferente.

—Y bueno —me giré, no sin antes tomar aire—, ¿puedo ofrecerte algo?

—¿Puedo ofrecerte algo? —repitió, con una mala imitación de mi voz, haciendo caras graciosas—. ¿Quién crees que soy? ¿El príncipe Enrique? Deja las formalidades y trae tu trasero acá, hay que hacer la tarea.

Me quedé estupefacta un par de segundos, sin saber qué hacer. Los nervios parecían estar afectándome más de lo debido, empezando a controlar mi cerebro y haciéndome quedar como una tonta.

Como pude, me arreglé la ropa y me acerqué hacia la mesa, donde él ya se había acomodado y había empezado a husmear en mis apuntes.

Se concentró un par de minutos leyendo mis apuntes y el libro donde estaban los ejercicios que debía resolver, mientras que yo sólo pude observar el movimiento de sus ojos, pasando página tras página, problema tras problema.

Locos y enamorados (EDUI #2)Where stories live. Discover now