XIV

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Llegó a su casa cansado, de muy mal humor, solo había dormido dos horas antes de salir para la casa de Josh.

Abrió la puerta y Ann rápidamente se puso de pie, estaba en el sofá, sentando jugando con el celular.

―¡Aiden! ―pronunció con una gran sonrisa.

―Ann ―le dijo él quitándose el saco, quien rápidamente ella se acercó a él para tomarlo.

―Te ves muy cansado.

―Es porque lo estoy.

―¿Has comido?

―No.

―¿Tienes hambre? Yo tampoco he comido nada, te estaba esperando.

Se giró para mirarla y suspiró cansado, de nuevo con esa maldita vestimenta, solo que otra camiseta de otro color.

―¿Por qué nunca te pones un pantalón?

―Yo estoy cómoda así ―exclamó confundida.

¿Qué tenia de malo que usara solo una camiseta?

―Si te vuelves a enfermar, yo no estaré para cuidarte ―pronunció caminando hacia la cocina.

Aquello no había sonado como una amenaza, más bien... como una resignación.

―¿Te molesta que esté así Aiden?

―Me preocupa que te enfermes una vez más.

Sabía que no estaba siendo honesto del todo con aquello, porque si, le molestaba también.

Le molestaba verla de ese modo y querer sentir su piel una vez más.

―¿Por qué no has comido?

―Te estaba esperando, quería hacerlo contigo, ya que no hemos desayunado juntos.

―No me gusta.

Miró lo que le estaba sirviendo.

―¿No te gusta el pollo? p-puedo hacerte otra cosa si quieres.

―No me gusta que me tengas que esperar para todo.

Le dejó el plato frente a él y le dio la espalda para servirse ella.

―Solo quiero pasar tiempo contigo.

―Creo que ese es el motivo por el que has tenido aquellos sueños.

Ella dejó lo que estaba haciendo.

―Lo siento.

―Te estás confundiendo Ann, yo a ti no-

―E-Está bien Aiden ―pronunció en un hilo de voz―, yo solo soy una máquina y ya, lo entiendo.

Tomó una profunda respiración y se secó las mejillas, sin que él la viera.

―Lo lamento, ya no tengo hambre, buen provecho.

―Ann, espera... Ann.

Ella no lo escuchó salió de la cocina y se dirigió a la habitación, cerrando la puerta.

Se llevó una mano al pecho, y sin poder evitarlo comenzó a sollozar, cubriéndose la boca, para que él no la escuchara.

Se acercó a la cama y se sentó, cubriéndose el rostro con ambas manos, sintiéndose tan estúpida.

Y de pronto, él tampoco tuvo apetito. Su intención no había sido herirla, pero era la única forma que tenía para protegerse.

No podía, no quería dejar a nadie entrar, porque sabía lo doloroso que era eso. No quería sentir... no quería querer.

Muñecas de compañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora