VII

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Sus pies dolían demasiado para continuar, y aunque no quisiera hacerlo, tendría que detenerse a descansar un rato.

Suspiró y se sentó bajo de un gran árbol, abrazando sus piernas, la noche estaba muy fría.

Miró hacia el cielo por un momento y se permitió pensar que sería de ella.

Si no podía cumplir con la única función por la que había sido creada ¿Qué le daría sentido a su vida ahora?

Hundió su rostro entre sus rodillas y ajustó el agarre de sus brazos alrededor de sus piernas. Se sentía tan perdida... tan vacía.

―o―o―o―o―

―Josh ¿A dónde vas? ―le inquirió su mujer con confusión, al ver que el muchacho salía de la cama con rapidez.

―A casa de Aiden.

―¿Por qué?

―Ann no está en su casa ―pronunció poniéndose el pantalón.

―¿Y saldrás a estas horas solo por esa... mujer?

―Tessa, esto es importante, intenta no ser tan egoísta solo por esta vez.

―No soy egoísta, no me gusta que te tomes tantas molestias por ella.

―Mi amor ¿es que no puedes entender? ―le inquirió abrumado―. La ciudad donde vive Aiden es muy peligrosa, ella podría estar en problemas.

―A mi no me pareció tan peligrosa cuando fui.

―Claro, si no llegamos hasta su casa, sólo un par de cuadras antes.

Guardó silencio, si continuaba hablando, Josh descubriría que ella había ido a visitar a Ann aquella tarde.

Se acercó hasta la castaña y depositó un beso en sus labios.

―Te amo, por favor no salgas de casa.

―No Josh ―bufó molesta―. Vuelve pronto.

―Lo intentaré, deséanos suerte.

Rodó los ojos, como si fuera a hacerlo.

―o―o―o―o―

La observó detenidamente, era una joven muy bonita, dormida contra el gran tronco de un árbol.

Se pasó la lengua por los labios y se acercó a ella.

―Oye, despierta.

Inmediatamente ella abrió los ojos, y al ver el tipo, se puso rápidamente de pie, con temor.

―Vaya, estás mucho mejor ahora que puedo verte ―pronunció con descaro, acercándose a ella.

―Aléjate ―exclamó con pavor, alejándose del árbol, y haciéndose hacia atrás.

―No, no, creo que tú y yo nos divertiremos un buen rato.

Se giró y cuando comenzó a correr, él no tardó mucho en alcanzarla, tirándola al suelo y subiéndose encima de ella.

―¡No! ¡Suéltame! ―gritó aterrada, forcejeando para que la liberara.

―¿Qué has dicho? ―preguntó con una gran sonrisa, tomándola con fuerza de ambas muñecas al escuchar su voz.

―Suéltame, por favor ―le pidió con lágrimas en los ojos.

La sujetó con una de sus manos de ambas muñecas, y con su otra mano la tomó del rostro.

―Te han fabricado tan real, luces como una verdadera humana.

―Por favor ―suplicó sollozando.

Muñecas de compañíaWhere stories live. Discover now