Capitulo I: Un Viejo Cuento

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Dicen los que saben y saben los que dicen que el Rus de Vasilea es protegida por un ente sobrenatural: le llamaban el “ave de fuego”; un impresionante ser de alas que se extendían como los brazos de un gigante hacia los cielos, y que una sola pluma de su cuerpo tenía tal luz que bastaba para aclarar una casa entera, aún en las noches más oscuras del invierno.

Nadie sabía dónde se localizaba con exactitud, sólo parecía hacer acto de presencia cada vez que el reino lo necesitara, y gracias a ella, Vasilea permanecería seguro y a salvo. Cualquier persona, sin importar en la oscuridad en la que su rumbo hubiera caído, si es que tenía suerte, podía salvarse con su ayuda, y la luz regresaría a su jornada.

—¿Y tú llegaste a ver el ave, papá? —preguntó la pequeña Irene tras escuchar la historia sobre aquella criatura que le habían contado para que por fin pudiera conciliar el sueño.

—Alguna vez, hace ya mucho tiempo —contestó Gregory, su padre, a orillas de la cama de la niña.

—¿Cómo fue?

—Una vez, mientras llegaba de mi camino tras un compromiso en Kiev del cuál me había tomado muchos días y muchos noches en llegar, y en una noche tormentosa, con un viento que te golpeaba como si fuera un muro cayendo en frente de ti, me encontré en un enorme peligro; recorría sobre mi caballo sobre la nieve y la escarcha tratando de luchar en vano con los poderosos ventarrones, hasta que uno, ¡pam! ¡Me tumbo de la silla de montar y caí! ¡Mi caballo salió corriendo en la otra dirección, asustando, dejándome herido, y solo expuesto a los elementos!

—¿Y entonces el ave de fuego te ayudó?

Gregory sonrió, y continuó su historia:

—Fue con poco más tarde, porque verás: aún con toda la ropa encima, el frío resultó ser demasiado, ¡pero demasiado! ¡Si hubieras llorado, las lágrimas se hubieran congelado tan pronto como cayeran de tu rostro!

—¿Y qué hiciste? —la pequeña dijo, nada cansada ni aburrida, sino al contrario; sujeta de su colcha, con los ojos abiertos y sus oídos atentos sin querer perder el más pequeño detalle.

—Supe que sería imposible atravesar esa región, al menos no esa noche, así que junte todas mis fuerzas, y caminando con mis pies hundiéndose en la nieve quise llegar a una cueva, pensando que quizá sería al menos un buen refugió para pasar unas cuantas horas, y después decidir qué hacer...pero la nieve era extraña: no era solida, sino más bien, como arena, o tierra, y podía sentir mi cuerpo adentrándose más y más en lo profundo.

—¿Te hundiste poco a poco?

—Al principio fue poco a poco, pero después, ¡kaput! ¡Me hundí hasta caer como si fuera un lago de nieve suave! Y pensé entonces que ese sería el final...pero después, noté sobre el agujero en el cuál había caído un extraño e intenso color dorado...

—¿Era el ave?

—Era el ave, o por lo menos, una pluma; luché como nunca antes había luchado en mi vida, y alcancé aquel objeto.

—¿Era sólo una pluma?

—¡Sí! ¡Pero era todo lo que bastaba!

—¿Bastar? ¿Para qué?

—¡Para sobrevivir! La pluma era caliente, pero al mismo tiempo, no de una manera que quemara; sólo te reconfortaba, aún si tenía un poder como si tuvieras un sol en la mano. Con la pluma, derretí la nieve a mis alrededores, y logré alcanzar la cueva...y finalmente pude descansar...

—¿Y te quedaste a dormir en la cueva?

—Con la pluma, me sentí casi como dentro de una casa, y logré pasar la noche, y sobreviví..al día siguiente, al llegar a mi pueblo, me habían dicho que fue la peor nevada en años.

Irene y el Ave de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora