Capítulo 38: Todo queda en familia

4.2K 412 277
                                    

El tiempo voló, y para cuando quiso darse cuenta de ello ya había llegado el gran día. Eric se lo tomaba con todo el optimismo que era capaz de sentir, pues, aunque Pau seguía tan desaparecido y deprimido como siempre, por lo menos pareció animarse un poco a medida que se acercaba la tan esperada fecha. Incluso le había llamado un par de veces y había encontrado tiempo para pasar una tarde entera con él, en la que se encerraron en su habitación para recuperar el tiempo perdido. Sólo quedaba esperar que todo fuera bien, y que la frágil y efímera felicidad de la que disfrutaba el moreno no se rompiera para siempre.

Y estaba en sus manos conseguirlo.

Por ello, se había estado preparando, y pasando una de las peores semanas de su vida. No era que no le gustara el plan que los tres habían acordado: pasar la tarde en casa de Pau para no tener que cargar con los regalos después, cenar en un restaurante, ir de fiesta y después, tras una elegante retirada por parte de Carles, acabarían la noche los dos solos en el hotel. Agradecía que hubiera sido precisamente el castaño quien sugiriera lo de pasar antes por su casa a dejar los regalos, no se veía con ganas de llevar la enorme foto que le regalaría a Pau de paseo por media ciudad. Así que no se iba a quejar del plan, precisamente.

Lo que le había hecho pasar una mala semana era, precisamente, ese regalo. Antes de nada, tuvo que rebuscar en los cajones el panfleto que les diera la chica el día del Orgullo, y que, por suerte, había guardado por si acaso. Eso sí, a buen recaudo para que en casa no supieran que lo tenía. Después de una llamada de veinte minutos que incluyó unos cuantos gritos de emoción y demasiada información sobre la vida privada de la fotógrafa, además de una propuesta para salir el próximo fin de semana con ella y su novia que apenas supo cómo rechazar, consiguió acordar un precio con ella en base a lo que le cobraban normalmente en el local al que acudía normalmente a imprimir sus fotos con buena calidad para las exposiciones y, por supuesto, las que quería para sí misma. Acordó ir a buscarlo a su casa, y estuvo allí retenido durante una hora mientras ellas le sacaban desde vasos de agua hasta refrescos, le ofrecían varios aperitivos e insistían en darle un breve recorrido con explicación por su piso, de cuyas paredes colgaban fotografías en las que la pareja era la protagonista.

Por suerte, le entregaron el regalo ya envuelto en un elegante papel grisáceo con difusos círculos oscuros. Aquello le solucionaba un problema con el que no había contado hasta ver el tamaño de la fotografía, tan grande como en la exposición: cómo iba a esconder de su familia una imagen en la que salían Pau y él abrazados como si fueran la pareja más feliz de la historia. No era que a ellas les diera por entrar a menudo en su habitación, pero era mejor no tentar a la suerte, por si acaso. Y tuvo razón, porque a Blanca le faltó tiempo para correr y decirle a su madre que su hermano había traído un regalo enorme a casa. Se vio obligado a mentir a medias, a decir que sí, que era una fotografía para Pau, pero que en ella salían los tres juntos. Y de una forma u otra consiguió esquivar su insistencia y convencerlas de que, por mucha ilusión que les hiciera verla, sería un engorro romper el papel y volver a envolverla.

Eric acabó de ponerse la camisa. Se estaba muriendo de calor con tanta ropa, pero no quedaba más remedio. Poco sabía sobre discotecas, pero si había algo que le habían enseñado las series era que los porteros pueden prohibirte la entrada si no vas adecuadamente vestido. Por eso estaba así en pleno verano, con la camisa de manga larga más fina que había encontrado en el armario, arremangada hasta más no poder, unos pantalones algo ajustados, sus bambas más arregladas, oscuras y nuevas, y por supuesto, sus calzoncillos más decentes. Era preocupante, y vergonzoso, lo mucho que se comía la cabeza eligiendo la ropa interior desde que estaba con Pau, pero tampoco quedaba muy bien que les entrara un arrebato de los suyos y que, en pleno acto, aparecieran sus calzoncillos de Bob Esponja. Seguro que aquello mataba la pasión, y con la poca que les quedaba no podía arriesgarse a joderle el plan del hotel que tanta ilusión le hacía.

Su Voz (Homoerótica) [En proceso + editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora