Capitulo 6, Parte 2

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—Está claro que esto es por algo más que un baile. Siéntate. Vamos a hablar .

Se instaló con gracia en una postura de piernas cruzadas en el suelo del salón. Ciardis lo imitó, colocando las piernas bajo el cuerpo en la postura propia de una dama que le habían enseñado.

—Es por mis poderes —Ciardis cerró los ojos, avergonzada—. Todavía no se han manifestado. Si no lo hacen, todos los Padrinos retirarán sus invitaciones.

—Ciardis —dijo Damias con suavidad—. Sabes tan bien como yo que las Weathervane hembras tienen que esperar más tiempo sus poderes. Estos maduran invariablemente después de su dieciocho cumpleaños. Y pueden incluso tardar más. Los poderes de mi pareja no llegaron hasta que cumplió veintiún años y ella es una Maestra del Fuego.

—Sí —repuso Ciardis, llorosa—. Pero tu pareja es Lind Firelancer. Ella es... es... Imperial.

—¿Y eso supone alguna diferencia? —preguntó él.

Ofreció su pañuelo a Ciardis y esta lo aceptó con una sonrisa trémula.

—Supongo que no —tragó saliva—. ¿Pero qué pasará si al final soy una mundana? ¿Qué pasará si Sarah se equivocó o si...?

Damias interrumpió su diatriba enarcando las cejas.

—¿De verdad crees que yo perdería mi tiempo con alguien sin potencial? Es imposible, querida, que no seas digna de participar en la Caza del Padrino. Además —continuó con una sonrisa petulante—, Sarah nunca se equivoca, y si te oye decir que puede haberlo hecho, te despellejará viva.

Ciardis se echó a reír.

—Ahora quiero que te tomes el resto del día libre. Sin clases ni historia familiar. Solo tú misma —él se levantó con gracia y extendió una mano para ayudarla a levantarse.

Ella asintió. Tomó la mano que le ofrecía y se puso de pie. Cuando estaba a punto de dar media vuelta, la detuvo la voz de él.

—Además, tu entrevista de padrino tendrá lugar mañana. Lo único que tienes que hacer es prepararte y estar tranquila. El comité estará allí para ayudarte, guiarte y responder a cualquier pregunta que puedas tener.

"Que esté tranquila", pensó Ciardis con un suspiro interior de camino a su habitación. "Para él es fácil decirlo".

Entró en su aposento y abrió la puerta con expresión pensativa. En medio del enorme espacio, vaciló, pensando en lo que debía hacer a continuación. Le resultaba imposible estudiar para la entrevista del padrino del día siguiente porque no le habían dado ninguna tarea específica para eso y nadie quería decirle en qué consistía. Se mordió el labio inferior. Había pensado comprar una segunda cartilla de lectura en el Distrito de los Encuadernadores, pero esa semana había estado tan ocupada, que no había tenido tiempo. Ya había terminado la primera y estaba lista para pasar a la segunda. Después de tomar la decisión de disfrutar del día y buscar otra cartilla, tomó un pañuelo para ponérselo alrededor del pelo según la moda de esa temporada y unas cuantas monedas para compras pequeñas.

En las puertas del Gremio de Compañeros se subió contenta en un tuk-tuk, un pequeño transporte de tres ruedas que le encantaba, y se dirigió a la ciudad. Era un invierno extrañamente cálido, incluso para los estándares de Sandrin. Normalmente llegaban fuertes lluvias desde el mar en esa época del año, pero aquel día no era así. El calor resultaba casi sofocante

Cuando divisó un vendedor de hielo en su camino al distrito de los encuadernadores, saltó del tuk-tuk y echó a andar. Sabía que, si seguía con aquel transporte, el conductor daría un largo rodeo para llegar al distrito de los encuadernadores y le cobraría el doble cuando ella podía atajar fácilmente por la calle de los vendedores de hielo.

Dicha calle, que estaba además situada a la sombra de edificios altos, proporcionaba un atajo a través del distrito de los tejedores. También sería un paseo mucho más fresco que ninguna otra ruta. Sacó una moneda pequeña para pagar a los guardias de la calle de los vendedores de hielo y pasó entre sus baúles relucientes. Una ola de aire refrescante la recibió al otro lado. Los vendedores de hielo mantenían su única calle, que era bastante larga, fría todo el año gracias a los servicios de un mago del clima permanente. Ciardis suponía que aquel tipo de contratos, para edificios o calles pequeñas, serían un negocio lucrativo para los magos del clima que tenían que contratar sus servicios.

Esos magos que contrataban su trabajo se llamaban agentes del clima y eran bien recibidos dondequiera que iban, pero en la ciudad de Sandrin, la Corte Imperial ordenaba que solo los dos magos autorizados por el Emperador pudieran trabaja en los cambios del clima y en las temperaturas de la ciudad. Si sorprendían a alguien más lanzando un conjuro de clima importante sin permiso escrito del palacio, se consideraba un crimen contra el Imperio y era llevado a los tribunales. El único otro modo de que un agente del clima practicara en la ciudad, aparte de los pocos permisos que estaban en manos de ciertos Distritos o Gremios, era la enseñanza, pero en general escaseaban los puestos buenos para los magos relacionados con el clima.

"Por eso se van tantos de la ciudad a practicar en los estados", pensó Ciardis. Miró la selección de sabores y vio entre ellos el de fresa, que era su favorito. Indicó a un vendedor de hielo de sabores que se lo sirviera sobre trocitos de hielo. Esa exquisitez era su última cosa favorita de la ciudad. Pensó con nostalgia en los granizados de nieve de los que le había hablado a Terris. Quizá si pudiera conseguir que los vendedores molieran el hielo muy fino...

Aparte del vendedor de hielo con sabor, la calle estaba atestada de vendedores de hielo casero y vendedores de contratos. Como los agentes del clima no podían practicar personalmente refrescando casas, realquilaban sus servicios a vendedores por contrato, y estos vendían dichos servicios al mejor postor y pagaban tarifas planas a los agentes. Los vendedores de contratos anunciaban sus servicios a las personas que pasaban.

—Dos habitaciones por el precio de una —gritaba un hombre.

—Quince chelines al mes por conservar fresco todo el apartamento —gritaba otro que tenía una barba poblada.

Detrás de Ciardis sonó una tercera voz.

—¿Tiene una posada? Le hacemos precio especial. Aire frío de calidad día y noche para sus clientes.

La chica dejó de escuchar las ofertas y siguió su camino por la calle. Estaba segura de que todos conseguirían ganarse bien la vida inyectando aire frío en las casas de la ciudad, sobre todo con aquel calor.

No sabía cómo enfriaban el aire los agentes del clima con aquel sol ardiente, pero lo hacían y ella agradecía enormemente el contrato del Gremio con el vendedor de contratos que lo había hecho posible. Las noches eran tórridas, a pesar de la brisa marina procedente del océano. Era casi como si se hubiera instalado una ola de calor encima de la ciudad.

Juramento de Crianza (Libro 1 Luz de la Corte en Espanol)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora