Capitulo 2, Parte 2

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AQUELLA NOCHE, CIARDIS ESTABA sentada en silencio en su habitación. Miró a su alrededor a la luz parpadeante de la lámpara y observó las paredes desnudas, la ropa andrajosa colgada con pinzas y el colchón relleno de trapos viejos.

No había nada que la atara a Vaneis. Sus padres habían muerto hacía mucho. Fervis Miller era un idiota y Sarah no tenía intención de ascenderla nunca, por mucho que demostrara su valía. Sus mejores amigos eran Margaret, que era muy voluble, y Robe, quien apenas notaría su marcha. Ni familia ni amistades duraderas ni tierras que la ataran a aquel pueblo provinciano atrasado.

—¿Cómo de difícil puede ser una vida regalada de compañera? —se preguntó a sí misma en voz baja mientras recogía los pocos artículos que cubrían el suelo y calculaba su peso y su valor.

Encima de la cama había una bufanda que le había regalado una anciana amable. Cerca de la ventana había un libro sobre una mujer-caballero de ojos púrpura que defendía la justicia, una de sus pocas posesiones preciadas. Lo valoraba tanto que hasta el momento había pagado dos veces a Mary, de la Posada Verde, para que se lo leyera.

Una vez tomada la decisión de abandonar Vaneis, guardó en su morral los tres vestidos que poseía, la bufanda, el libro, algunas hierbas para mezclar jabón y treinta chelines.

A la mañana siguiente, pagó al posadero cinco chelines por un mes de alquiler. Llenó una bolsa pequeña con comida para el viaje y salió de la posada con una sonrisa. Una vez fuera, guiñó los ojos y miró la hilera de la caravana. Había seis carros tirados por huraks, bestias grandes y pesadas que se asemejaban a bueyes con garras. Los huraks parecían ansiosos por partir, pues resoplaban y pateaban la nieve nueva con las tres garras en forma de daga que tenían en el extremo de cada pata.

"Os comprendo muy bien, amigos", pensó Ciardis. Apretó sus dos bultos y miró a su alrededor en busca de lady Serena, intentando no resultar demasiado obvia.

—¡Monten todos los jinetes! —la llamada sonó a todo lo largo de la hilera.

Ciardis cambió la indiferencia por el pánico y empezó a buscar con frenesí. No veía a lady Serena por ninguna parte. ¿Y si todo había sido una broma cruel? Después de buscarla un momento más, hundió los hombros y se volvió para alejarse.

Y entonces oyó la voz de la dama.

—¡Querida! ¡Mi querida Ciardis! Estoy aquí... ¡Aquí!

Ciardis se giró y alzó una mano para resguardarse los ojos, que guiñaba por el sol de la mañana. Lady Serena iba sentada en el tercer carruaje de la larga fila y agitaba su pañuelo por la ventanilla.

—¡Eh, tú! —dijo una voz de barítono. Era el cochero del primer carro de la caravana y miraba a Ciardis desde su posición en el banco del cochero—. ¿Dentro o fuera? —gritó.

Ciardis corrió y saltó al carruaje de la dama. Este se puso en marcha con brusquedad y ella cayó en el suelo del vehículo a cuatro patas. La risa de lady Serena resonó fuerte en el interior del coche .

—Querida —dijo, teniéndole una mano para ayudarla a incorporarse—. Tenemos mucho trabajo.

Ciardis se instaló en el banco enfrente de ella y vio pasar el valle nevado lleno de bosques. El carruaje se deslizaba por la nieve sobre enormes hojas de acero. Ciardis miraba de vez en cuando a lady Serena, quien, fiel a su nombre, se mostraba calmada y tranquila y leía un librito.

Ciardis mantuvo la cara vuelta hacia la ventanilla mientras se secaba en secreto una lágrima en el ojo izquierdo. Se recordó firmemente la gran suerte que tenía y decidió que debía considerar aquello como una aventura... o incluso una nueva vida maravillosa. Se alegraba de alejarse del callejón sin salida que era su vida en un pueblo demasiado pequeño. "Pero quizá", susurró un rinconcito de su mente, "solo quizá, eche de menos ese pueblo. Después de todo, es el único hogar que he conocido. ¿Me apreciarán en la ciudad o seré la tonta del campo a la que tendrán lástima las demás chicas?".

La voz de lady Serena la sacó de sus pensamientos.

—Lo primero es lo primero. ¿Cuál es tu nombre completo?

—Ciardis Rafaela Vane.

—Vane, Vaneis. Hay muy poca diferencia, y probablemente se deba a un error—. ¿O sea que te pusieron el nombre de tu lugar de nacimiento?

—Sí, señora, supongo que sí.

—¿Y tu gente? —preguntó lady Serena.

Ciardis la miró atentamente para ver si se burlaba de ella.

—En privado puedes tutearme —dijo la dama.

Al fin, Ciardis respondió simplemente.

—Soy huérfana.

—Sí, sí, ya lo sé —fue la respuesta exasperada de Serena—. ¿Pero de dónde eran tus padres?

Ciardis se encogió de hombros.

—No conocí a mi padre y mi madre murió cuando yo tenía dos años. Era una sucia caminante, o eso es lo que decía la gente del pueblo. El panadero me dijo que iba de un sitio a otro y nunca estaba mucho tiempo en la misma zona. Yo fui a vivir con una familia del pueblo que no tenía hijos, pero cuando empezaron a tener hijos propios, decidieron que no querían otra boca que alimentar. El padre y la madre, los Kiltren, me enviaron al lavadero hasta que fui bastante mayor para tener una habitación propia en la posada.

—Umm. Con un apellido como Vane, probablemente eres ilegítima. Pero tienes unos ojos únicos, y quizá una madre con un pasado salvaje. Las islas están llenas de humanos con ojos exóticos como los tuyos —dijo lady Serena con expresión de pena.

El carruaje daba sacudidas al avanzar sobre el terreno rugoso y las zarandeaba sobre los bancos. Una de las veces, la sacudida fue tan fuerte, que lanzó a ambas volando hasta la pared del carruaje. Cuando consiguieron enderezarse, Ciardis había reprimido su furia y controlado su rostro.

Serena no había dicho nada que no fuera verdad o que ella no hubiera oído antes. De pequeña había lidiado con las burlas de los niños del pueblo, que podían ser crueles. Solían llamarla "bastarda ilegítima". A veces hasta cambiaban las letras de las canciones del patio de la escuela para burlarse de ella cuando pasaba tambaleándose con la carga de ropa que debía lavar aquel día. Cuando se quedaba sola y a salvo de ojos curiosos, lloraba casi todas las noches hasta quedarse dormida. Las burlas le habían dolido entonces, y las palabras le seguían doliendo ahora.

Juramento de Crianza (Libro 1 Luz de la Corte en Espanol)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora