Capitulo 6, Parte 3

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Tardó unos minutos en llegar hasta el Distrito de los Encuadernadores. Terminó su hielo de sabores mientras caminaba, lamiéndolo con cautela para evitar que cayeran gotas en el vestido. Se abrió paso entre las tiendas de libros y se dirigió a la que tenía un aspecto más decrépito. Era un edificio de tres plantas que se inclinaba ligeramente a un lado, como un anciano con su bastón, y las cortinas revoloteaban por fuera de las ventanas en todos los pisos.

Cuando entró en el edificio, sonó una campanilla. No estaba cerca de la puerta. De hecho, flotaba a metro y medio del suelo en el aire del centro de la habitación, accionada por magia. Ciardis miró a su alrededor con una sonrisa. El lugar parecía haber acumulado todavía más polvo en las cuatros semanas que hacía que no iba por allí.

Notó que los libros no estaban amontonados tan precariamente como la vez anterior. Ahora los montones colocados en las múltiples mesas no tenían más de tres o cuatro libros en total. Había también libros en los suelos y en los rincones. La habitación estaba oscura, polvorienta y mohosa, y a ella le encantaba. Se movió entre las mesas en dirección al rincón de atrás, donde había una zona infantil pequeña. La siguiente cartilla estaba allí, encuadernada en la tela verde que la designaba como Cartilla Dos. La primera, que Ciardis había llevado consigo para intercambiarla, estaba encuadernada en marrón.

Tomó la nueva cartilla y subió a la segunda planta, donde dos trabajadores encuadernadores y el dueño de la tienda se inclinaban sobre páginas sueltas en aquella luz filtrada. Todos tenían agujas gruesas en la mano, con las que cosían las páginas. Los libros, o al menos los más caros, no se quedarían así. Ciardis había preguntado por eso al dueño en su última visita, para saber por qué su cartilla tenía lomo y tapas duras y no estaba solo unida por hilo. Joselin, el dueño de la tienda, que trabajaba de pie delante de un escritorio grande, le había dicho que una vez al mes iba un formateador a ocuparse de los libros caros. Los demás se vendían cosidos solo con el hilo a los pueblos cercanos y la clase media, porque los habitantes más ricos de la ciudad eran los únicos que podían permitirse comprar los libros de tapa dura de Joselin.

Ciardis se acercó a este con la segunda cartilla en la mano.

—Hola —saludó animosa.

—Hola, jovencita —repuso él. Se bajó hasta la nariz los anteojos que llevaba colocados sobre la cabeza—. Ah, veo que has terminado la primera cartilla. ¿Tan pronto? —preguntó con curiosidad, con un brillo en los ojos.

Ella asintió con fuerza al tiempo que se echaba hacia atrás el pañuelo con el que se cubría el pelo.

—Muy bien. Siempre me ha gustado ver a una persona joven que lee —dijo el hombre—. Tal como te prometí, puedes cambiar la primera por la segunda sin coste alguno si... —dejó el resto de la frase en el aire.

—Si prometo que vendré a enseñarle a su hija unos cuantos pasos de baile —terminó Ciardis con una sonrisa.

El hombre sonrió a su vez.

—Sí, este fin de semana estaría bien.

Una niña que llevaba un vestido marrón bajó corriendo las escaleras y llegó hasta donde estaba Ciardis con los rizos rubios flotando tras ella. Se detuvo en seco casi tocando ya a Ciardis y se tambaleó un poco antes de recuperar el equilibrio. Ciardis sonrió a la niña de cinco años.

—Hola, Mela.

—Hola, Ciardis —repuso la niña con timidez al tiempo que intentaba una reverencia.

—¿Estás preparada para tus clases del fin de semana? —preguntó Ciardis sonriente.

—Sí. Papá ha dicho que podemos bailar en la sala de los palabristas, en el tercer piso —explicó Mela.

Ciardis reprimió una sonrisa. La niña era un encanto. Los "palabristas" eran los artífices de las palabras que trabajaban en el taller de su padre. Creaban las historias e ideas que se convertían en los libros que Joselin encuadernaba y vendía.

—¿Verdad que sí, papá? —preguntó Mela, buscando la confirmación de su padre.

—Pues claro que sí, querida mía —le aseguró Joselin.

—En ese caso, estoy deseando que llegue el día, señorita —repuso Ciardis con una reverencia.

La niña rio encantada.

Ciardis se despidió de ella, de su padre y de los dos encuadernadores y salió de la tienda para volver al Gremio. Tenía que regresar a lavar la ropa de la semana de Stephanie.

Juramento de Crianza (Libro 1 Luz de la Corte en Espanol)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora