Capítulo 43

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La adrenalina me corre por las venas como un torrente helado, aturdiendo mis sentidos y nublándome la mente.

El sabor metálico del pánico me llena la boca, un zumbido agudo me ocupa los oídos, ahogando todo excepto el latido desbocado de mi corazón. Mis ojos, ya cargados de lágrimas, parpadean dos veces, buscando enfocar lo que sucede frente a mí.

—¡Detente! —escucho a Isaac hablar y aunque estamos en el mismo salón lo oigo como si lo tuviera a un kilómetro de distancia —¡Adán, puta mierda, detente! ¡Meredith, sal!

Cuando alzo la mirada, veo a Isaac forcejeando con Adán por el control del arma. Sin embargo, me basta con palpar el calor húmedo y pegajoso que me llena las manos para ser arrastrada a la pesadilla que estoy viviendo en cuerpo y alma. Le han disparado a Darek.

—Darek —susurro muy bajo.

Con movimientos entorpecidos consigo dar un paso para luego caer de rodillas, en medio de todo esto me saco el bolso de la espalda y lo lanzo a un lado. Presa del miedo, me aferro al cuerpo inerte de Darek, que yace tirado en el piso. Hay sangre, un charco de sangre se extiende bajo su cuerpo. Como puedo, busco las fuentes de hemorragias en su cuerpo, pero estoy tan colapsada que la única que veo es la de su abdomen, es ahí donde presiono las manos.

—Mer... —apenas y logra decir mi nombre.

En este momento escucharlo hablar es todo lo que necesito. Desesperada, subo los ojos a los de él y noto cuánto le cuesta mantenlos abiertos

—Darek, no cierre los ojos —pido.

Capto el instante en el que intenta esbozar una sonrisa, una sonrisa que no alcanza a tocar sus labios. Finalmente, contrae las líneas de su rostro en una mueca de dolor.

—Gris... llámame gris —articula con dificultad, antes de que sus ojos se terminen por cerrar.

—No, no, no —digo. Dejo una mano apretada en su herida mientras que la otra busco su rostro. —¡Darek, no cierres los ojos!

Ya se han cerrado. Ya no hay respuesta.

—¡Darek, por favor! —la voz se me desgarra en un grito —¡Darek..., párate, vamos!

Un sollozo me escapa del pecho, seguido de otro y otro más. Las lágrimas en este punto me brotan como una catarata que me empapa toda la cara.

—¡Mer! —desde algún lugar sale la voz de Abril.

—¡Mierda! —le sigue Éber.

Lo próximo que alcanzo a registrar son pasos apresurados corriendo dentro del salón. No tengo noción del tiempo, pero un tercer disparo rasga el aire y Abril, que me consigue tomar de la mano, grita.

—¡Mer, vámonos! ¡Hay que salir!

Me suelto de su agarre mientras sacudo la cabeza sin parar de llorar.

—¡Darek! ¡Darek! —sollozo, volviendo a tomarlo del rostro —¡Responde, por favor! Darek... abre los ojos.

Lo observo deseando con todo mi ser que sus pestañas revoloteen, que de su boca salga al menos un pequeño suspiro o que la sonrisa de antes se curve en sus labios. Nada de eso ocurre.

En un acto desesperado, intento grabar en mi memoria cada detalle de su rostro, no sé muy bien por qué, pero es eso lo único que me pide hacer mi cerebro. El pelo cayéndole por toda la frente, sus labios en una línea recta, su piel pálida y esos ojos que hasta hace unos minutos me miraban fijamente, y que ahora no se abren ni por todas las súplicas que me desgarran la garganta.

Una vez alguien me dijo que la memoria es un monstruo, porque uno puede olvidar, ella no lo hace. Archiva momentos, sensaciones y palabras que salen a relucir por voluntad propia. Eso me queda bastante claro cuando un torrente de recuerdos me invade: nuestras risas, las veces que pensé que no podría estar cerca de él y ahora no veo un futuro si él no está acompañándome, como sus brazos me arroparon en más de una ocasión.

No acercarse a DarekWhere stories live. Discover now