Capítulo 4

7.8K 905 201
                                    

Darek es un chico que hace notar su presencia silenciosa y magnética. También suele generar el rechazo y el temor de quienes lo rodean, pero por otra parte la curiosidad y la fascinación de los que quisieran conocer más de su vida.

Mientras sigue avanzando dentro del salón recorro su rostro y me percato de algo: una herida. Sobre su ceja izquierda se puede vislumbrar una herida que le da un aspecto aún más oscuro. Es una herida pequeña, de unos dos centímetros de largo, que le ha dejado un corte limpio y profundo. Se nota a leguas que es reciente, porque tiene un color rojo vivo. Incluso puedo asegurar que no se ha puesto ningún tipo de cura o desinfectante, lo sé por el hecho de que parece sucia y expuesta.

Me encuentro tan enfrascada en la herida de su cara que no advierto que él camina directo a mi dirección, solo salgo de ensimismamiento cuando él tira su bolso en el piso y se sienta a mi lado. Entonces, mi cuerpo entero se tensa.

Él no parece darse cuenta que yo soy la que está sentada a su lado. Pone sus ojos al frente y de ahí no los aparta. Su perfume fuerte y embriagador, deja un rastro de aroma a su paso y acaba por enredarse en mi olfato.

De golpe, mi corazón comienza a latir con fuerza y aunque busco la forma de calmarme, no lo consigo. Mis manos, que están encima de la mesa que ahora comparto con Darek, se entumecen, como si de pronto no tuviera movilidad en ellas. Mi mente se nubla y se bloquea, sin dejarme pensar con claridad. No puede ser cierto que ahora también tenga que ser compañera de pupitre de Darek, esto ya es demasiado.

Mientras busco la manera de ni siquiera respirar para que el chico a mi lado no note mi presencia, veo que Adán se mete dentro del salón, pero estoy tan nerviosa que no me doy tiempo para admirarlo como se lo merece. Y cuando ya las cosas no podrían ir peor, Darek ladea su cabeza por encima de su hombro y sus par de pupilas se ensartan en mi perfil.

—Otra vez tú —habla con voz fría y distante, ella expresa poco o nada de emoción.

Ahora solo quiero dos cosas: desaparecer o huir.

Atraigo aire hacia mis pulmones para no morir y luego volteo a verlo con una mirada de indiferencia y aburrimiento, casi como si no me estuviera asfixiando por su presencia.

—Yo estaba aquí primero.

Su rostro anguloso y duro, con unos rasgos bien marcados se frunce y arquea sus cejas, mostrando un gesto desafiante.

—Siempre me siento al final —me recuerda —. Siempre ha sido así.

Claro que sé que él se sienta en el fondo, en cada clase lo hace, pero yo no tenía ni la más mínima idea de que él también había elegido está clase, nunca imaginé que me encontraría en el salón de pintura.

—No sabía que ibas a estar aquí...

—Deja de mentir —me interrumpe. Sus ojos, que parecen perforarme el alma se afincan con suma intensidad sobre mi rostro. —Sé que me estás siguiendo.

¿Qué?

De inmediato, niego.

—Claro que no.

Su boca se tuerce en una mueca hostil, y es aquí cuando pienso que desde que lo conozco nunca he visto una sonrisa genuina en ella, siempre sonríe de forma fingida y maliciosa, pero no lo hace con autenticidad.

«¿Nunca ha sido feliz?», me pregunto en una milésima de segundo.

—Estás obsesionada conmigo y será mejor que vayas a un psicólogo para que te ayude.

Sus palabras, esfuman cualquier pensamiento que tenga y me hace abrir los ojos de par en par mientras la incredulidad invade las facciones de mi rostro.

No acercarse a DarekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora