Capítulo 35

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La noche se ha extendido mucho más de lo habitual, no por causas externas ni por la angustia de las tareas por entregar, esto ha sido causado por los incesantes pensamientos que se negaron a abandonarme durante toda la noche y parte de la madrugada. Es de admitir que las lágrimas, testigos mudos de mi dolor, bajaron por mis mejillas una y otra vez, marcando un camino salado que se sintió ardiente en mi piel, tuve que ahogar mis sollozos en la almohada. No fue hasta pasadas las tres de la madrugada, cuando el agotamiento finalmente venció mi mente, que pude conciliar el sueño.

Las noches tienen algo mágico, y es que en ellas se puede vivir o morir, yo ayer morí un poco.

Al despertar, la decisión ya estaba tomada: no iría al funeral de Leticia. Tal vez muchos tomen esta decisión como insensible, sin embargo, lo único que necesito ahora es estar sola, recomponerme un poco y regresar al mundo como si nada hubiese sucedido. Aunque apenas abrí los ojos esta mañana un solo pensamiento cruzó mi cabeza y ese fue que deseaba poner en práctica lo que me enseñó Darek, por esta razón me dirigí al vivero del pueblo y adquirí todo lo necesario para plantar los tulipanes que tanto deseo recibir.

Tras regresar a casa, he dedicado parte de la mañana a preparar la tierra en la maceta, colocar cada bulbo en su posición y cubrirlo con la tierra fértil, sintiendo de algún modo que, al cuidar de estas flores, también empiezo a sanar partes de mí que creo irremediablemente rotas.

Ahora, con el sol posicionándose alto en el cielo, mientras el olor a tierra se impregna en mis fosas nasales, inclino la regadera hasta que de ella empieza a salir abundante agua y con ella se empieza a humedecer la tierra en la que yacen enterrados los bulbos. El sonido del agua golpeando con ternura la tierra posee un ritmo calmante, una melodía que le habla directamente a la paz que necesitaba la noche anterior. Aquí comprendo porque Darek hizo tanto énfasis en que esto es tan significativo para él.

Respiro hondo en cuanto la tierra ha quedado bien húmeda, bajo la regadera y una corta sonrisa se asoma en la comisura de mis labios.

—Gris, me has enseñado algo tan bonito —murmuro para mí.

Darek se merece que le regale algo, eso se me ha instalado en la mente durante todo el proceso de siembra que he llevado. Él ha sido tan generoso conmigo aún y cuando no tendría que serlo, por eso quiero regalarle algo.

¿Qué podría regalarle alguien como yo, que no tiene nada para ofrecer a alguien como él, que parece tenerlo todo? Todavía no lo sé, pero algo se me ocurrirá.

Esparzo un poco más de agua en la tierra y así doy por terminado mi objetivo del día. Luego, acomodo la maceta en el alféizar de la ventana, aquí el sol la acaricia con ligereza y la brisa podrá agitar sus delicados pétalos.

Me dispongo a guardar cada utensilio que necesité en uno de los cajones de la cocina. Tan pronto todo está perfectamente acomodado, me paso una mano por la frente, dándome cuenta de que una gota de sudor ya estaba por deslizarse por mi rostro. Ha sido una mañana productiva y eso me ha ayudado a no pensar en que quizás algo falta en mí para conseguir ser elegida por primera vez en toda mi vida, ese ha sido el pensamiento más hiriente que ayer no me dejó dormir y hoy, de vez en cuanto atraviesa mi cabeza.

«¿De verdad me falta algo? ¿En serio hay algo mal en mí?»

Los ojos se me humedecen por esas gotas saladas que ya no pretendo derramar, por ende pestañeo un par de veces al tiempo que niego. Me he encerrado de tal modo en mí misma que no me percato de la presencia de mamá en la cocina hasta que su voz se oye en la estancia.

—Mer.

Levanto la vista, chocando con sus ojos cafés. Su cabello está agarrado en una coleta baja de la que escapan varios mechones, su mirada se percibe tan triste como siempre y las ojeras más pronunciadas que ayer.

No acercarse a DarekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora