El cerezo

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Es importante saber que los hechos de esta escena se ubican en el capítulo 24. Disfruten.

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Narrado por Darek Steiner:

El cigarro entre mis dedos apenas empieza a consumirse. Las hojas rosadas del cerezo caen con delicadeza, como si fueran pequeños barcos navegando en el oscuro mar de la noche al mismo tiempo que el viento me acaricia la cara con cada soplido.

Me llevo el cigarro a los labios, dándole una profunda calada que me llena los pulmones de humo antes de liberarlo en una lenta exhalación. Y es entre el viento nocturno que susurra entre las hojas, la plenitud de la luna que pinta al mundo y el sabor a nicotina en mi boca, que empiezo a evocar la visita que le hice al doctor Julián en la tarde.

Escuché lo que dijo, lo escuché claro.

Sin embargo, el hombre de ojos marrones, con poco pelo y de gafas redondas me miraba con una mezcla de preocupación cuando movió los labios una vez más.

—La leucemia ha vuelto —repitió.

Odiaba los exámenes de rutina por esta maldita razón.

Lo miré en silencio. No por sorpresa, por miedo o preocupación, solo procesando la información que salía de su boca. Y fue en ese instante que vi la necesidad en su rostro, esperando una reacción de mi parte, cualquier tipo de reacción, aunque no la obtuvo de inmediato.

—¿Es tan agresiva como la de la primera vez? —pregunté con suma calma tras unos tensos segundos.

Con las hojas entre los dedos, le dio una ojeada y antes de responder tragó saliva, le costó tanto que vislumbré la nuez de su garganta subir y bajar.

—Todavía quedan unos cuantos exámenes por hacer...

—Esa no fue mi pregunta, Doctor. Usted es considerado el profesional más cotizado del pueblo, así que dígame, ¿esta leucemia si me matará?

En mi mente, las imágenes de la muerte y yo danzando en un campo de batalla comenzaron a tomar forma. Ella, con su guadaña en mano, esperando el momento preciso para asestar el golpe final. Yo, que odiaba perder, listo para enfrentarla.

El doctor soltó los exámenes y me miró directo a los ojos.

—Darek, la primera leucemia que viviste pudo haberte matado en menos de tres meses y... la superaste —hizo una breve pausa —, claro que vas a poder con esta.

Claro que la superé, pero tuve que desaparecer por un año entero para experimentar tratamientos, síntomas y situaciones que dejaron una huella imborrable en mí. Me negaba a volver a pasar por todo eso.

A pesar de su respuesta, una sonrisa me tiró en los labios.

—Bueno, solo le pediré que no le comenté nada a mi abuelo...

—Pero...

—Pero nada —lo corté enseguida —. Yo mismo le daré la noticia y luego de eso tomaremos una decisión del tratamiento que seguiré, pero por ahora debo atender otras cosas.

El hombre frente a mí parecía desconcertado, probablemente esperaba que me derrumbara o al menos mostrara un poco de temor. Pero de lo que él no tenía idea es que hace mucho dejé de temerle a la muerte.

Con cuidado me levanté de la silla, todavía sonriendo.

—¿Qué puede ser más importante que tu vida? —me cuestionó sin salir de la incredulidad.

«Ella», pensé, pero no me llegó a los labios.

Deslicé la mirada hasta la ventana del consultorio. El sol todavía brillaba, la vida afuera seguía su curso y Meredith necesitaba de mí. Entonces, me volví al doctor y respondí:

—La muerte puede esperar, porque yo todavía tengo cosas por hacer.

Él se dio por vencido y no le quedó más que asentir.

—Solo cuídate —concluyó.

Y con eso salí del consultorio, dejando atrás al hombre vestido con una bata blanca y una noticia que me reafirmaba que jamás iba a ser bueno para ella.

De golpe vuelvo al presente, sentado bajo el árbol de cerezo del parque, con un cigarro a medio fumar. De reojo noto a alguien parado a un lado de la banca y no tengo ni que voltear para saber que es ella.

Distingo el segundo en que se lleva las manos a la cara y es aquí cuando giro y nuestras miradas se encuentran.

Ella está llorando y yo daría todo lo que tengo por no verla derramar ni una lágrima más.

—Viniste a admirar el cerezo conmigo —es lo que digo. Ella no dice nada, permanece fija en el sitio sin despegar su par de pupilas de mis ojos. Luego, alargo la mano al lugar que queda libre en la banca y agrego: —. Vamos, siéntate.

Sella los labios antes de comenzar a acercarse al banco. La sigo con la mirada hasta que se acomoda a mi lado.

La muerte no es capaz de hacer que mi corazón vibre como si lo hace tenerla cerca a ella.

—¿Fumas?

Cabecea en una negación.

—No

—Vivirás más de lo que lo haré yo.

Hay tanta verdad en eso que acabo por tirar el cigarro al piso para luego pisarlo. Por unos instantes solo nos acompaña un sereno silencio.

—¿Por qué? —es ella la que se oye.

Hay tanta pregunta que empiezan con esa frase.

—¿Qué?

—¿Por qué no te estás riendo de mí?

Ella no tiene idea que si alguien se ríe de su dolor, yo mismo le arrancaría la boca.

Me limito a soltar una risa silenciosa.

—¿Cómo me voy a reír de alguien que lo único que necesita es comprensión?

Al parecer no se esperaba tal respuesta por mi parte, puesto que no me responde nada y al cabo de unos segundos la oigo romper en un sollozo.

—Lo siento... —Agacha la cabeza, como si quisiera esconderse del mundo.

No sé consolar a nadie, mi especialidad es provocar llantos. Pese a esto, hago mi mayor esfuerzo por proporcionarle un poco de calma.

—Mira este árbol como un refugio en el que puedes sentir sin ser juzgada, así es como lo veo yo.

El cerezo ha sido un refugio para mí, lo ha sido tanto que fue al primer lugar que vine luego de saber que la muerte y yo nos volvemos a ver las caras. 

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Ahora sabemos el motivo por el que Darek estuvo alejado de todos por 1 año entero y duele mucho. 

No acercarse a DarekWhere stories live. Discover now