TREINTA Y CUATRO

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La lluvia había cesado hacía bastante rato, pero si Freen tenía algún sitio al que ir o algo que hacer, definitivamente había sido borrado de su cabeza. Cuando se despertó esa mañana y vio el mensaje de Becky, de pronto sintió como si todo tuviera algo más de sentido. Como si los planetas se hubieran alineado para que esa herida que tenía dejara de doler solamente porque Becky existía.

No estaba realmente en sus planes que ocurriera todo aquello. De hecho, ni siquiera había pensado en qué le diría cuando la viera en la floristería, pero ahora, varias horas después, entendió que tal vez no hacía falta usar las palabras para explicar ciertas cosas.

Miraba a Becky, que seguía tumbada sobre aquel viejo colchón en mitad de la sala, envueltas por la semi oscuridad que brindaba aquel terrible día del fin del mundo, y sentía como un millón de hormigas le recorrían la piel. La chica estaba hablando, contándole una historia sobre una vez que encontró un erizo en el campo y lo metió a escondidas en su cuarto, y mientras Freen la escuchaba no podía dejar de admirar la belleza de su perfil tenuemente iluminado, la manera en la que sus ojos se hacían pequeños al reír, la forma adorable en la que arrugaba la nariz cuando contaba algo que le desagradaba, y cómo su voz parecía metérsele dentro y acariciarle el corazón.

Jamás, ni en mil vidas hubiera imaginado que volvería a sentirse así. Ella ya daba por muerta esa parte de sus emociones. De hecho, aunque había intentado conocer a otras personas, jamás pasaba de la primera conversación con alguien, así que Irin y Heng dejaron de intentar emparejarla. Y ahí estaba ahora, temerosa de que Becky pudiera llegar a escuchar los latidos incontrolados de su corazón solamente por tenerla al lado hablando sobre animales extraviados. Lo único que quería era quedarse allí, en aquel colchón rodeado de flores, y sintiéndose de aquella manera el resto de su vida.

-Y esa fue la primera vez que pasé un mes completo sin hablarle a mi madre - concluyó Becky.

- Al menos el erizo logró sobrevivir, y tu madre se llevó unos buenos pinchazos de recuerdo - dijo Freen riéndose.

- Un héroe sin capa, si me lo preguntas - sonrió girándose para mirarla haciendo que algo se removiera en el estómago de Freen. En el estómago, y algo más abajo, para qué mentir. - Dios mío Freen contrólate - pensó - ¿Tienes hambre? - dijo intentando distraer su atención de los labios de Becky y su clavícula asomando por el cuello exageradamente grande de su camiseta -Pues ahora que lo dices, sí - Becky dijo aquello de una manera que hizo que Freen volviera a reprenderse por sus pensamientos - ¿Te apetece salir? -

A Freen lo último que le apetecía era salir de allí, pero tampoco quería parecer una loca que pretendiera tener a Becky atada a aquel colchón para siempre - Pues sí...podríamos salir. El problema aquí es mi outfit - Becky rio recordando que Freen iba vestida de una forma algo peculiar.

- Si quieres podemos ir a casa de Patty, está muy cerca. Y te presto algo de ropa de este siglo -

- Vale, sí. Me parece bien - dijo Freen mientras veía muy a su pesar cómo Becky se levantaba y le tendía una mano para ayudarla. - Tendré que coger todas mis cosas que están por aquí esparcidas -

- No te preocupes, iré recogiendo esto - dijo Becky señalando el lío de mantas y el colchón.

-¿No podrías dejarlo aquí? - preguntó casi sin pensar. Becky la miró con una media sonrisa levantando las cejas. - Quiero decir, no sé, que si no te corre prisa quitarlo...-

-No me corre prisa, no - Becky se moría por hacer algún tipo de comentario subido de tono, pero no sabía aún cómo se tomaría Freen ese tipo de bromas. Realmente ella también querría dejar aquel colchón allí para siempre, y para qué engañarse, quería a Freen en ese colchón para siempre. Así que no se opuso a dejarlo en el suelo de la tienda, como si fuera un pequeño altar que venerar. Al menos, por un tiempo.

LEJOS  DE  ERIS  • FreenBecky •Where stories live. Discover now